Ánimo, que llega Cristo

El profeta Isaías anuncia buenas nuevas para el pueblo creyente. Se vale el autor de unas expresivas imágenes, tales como la alegría que tendrían el desierto y el yermo, o la gloria del Señor que podrán contemplar, el anuncio de que su Dios trae el desquite de los males que habían soportado, y que no solo se abrirían los ojos del ciego, sino que la lengua del mudo llegaría a cantar…, de modo que en el Pueblo Santo no existirían en adelante la pena y la aflicción.

Santiago, el autor de una Carta del Nuevo Testamento de la que ha sido sacada la 2ª lectura, comienza pidiendo paciencia en la espera de la venida del Señor. Eso mismo tiene que hacer el labrador, que prepara el terreno de su propiedad, a la espera de que el Señor le dé la lluvia y la tierra produzca el fruto. Como la gente estaba preocupada por la venida gloriosa del Señor, les exhorta a la paciencia, para que la esperen sin quejas. De ese modo imitarán a los profetas, quienes, a pesar de hablar en nombre del Señor, de ordinario no llegaron a ver el cumplimiento de lo que habían anunciado.

El Evangelio presenta al Bautista en la cárcel. Desde allí, pregunta si aquella persona que, según le decían, hacía tantas maravillas, era el Mesías esperado o no. Al formularle ellos a Jesús esa pregunta, Jesús les responde que le digan a Juan lo que han visto y oído: que los ciegos ya veían, a los mudos se les había soltado la lengua…, y que a los pobres se les anunciaba la Buena Noticia, tal como había profetizado Isaías. Jesús aprovecha para hablar del Bautista como el precursor anunciado por Isaías, el mensajero que le iba a preparar el camino. Se refiere a él como el mayor de los nacidos de mujer, aunque inferir al que habita en el Reino de los Cielos.

José Fernández Lago