Cecilia, una historia de amor

En tiempos del Papa Urbano I (siglo III) había una hermosa joven llamada Cecilia, de familia romana pero convertida al cristianismo. Fruto de su gran vida de fe y amor a Dios decidió entregarle su virginidad. Sin embargo, como era costumbre, sus padres le buscaron un hombre adecuado con el que debía casarse. Valeriano. Era un hombre lleno de virtud, pero pagano. Cecilia, pese a todo accedió al deseo de sus padres, pero poco después de la celebración del matrimonio, nuestra hermosa joven, armada de valor le dijo a Valeriano:
– Debo comunicarte un secreto [me imagino la cara de Valeriano, pobre!], he entregado mi virginidad a Dios y un ángel del Señor vela por mí.
   Ante esto, Valeriano se mostró escéptico [no es para menos] así que le dijo a Cecilia:
– Si quieres que respete tu consagración virginal haz que yo también vea a ese ángel del Señor. De este modo haré lo que me pidas.
   Cecilia, astuta, le dijo:
– Si crees en el Dios verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel del Señor que me custodia.
 
Valeriano, profundamente enamorado de Cecilia, fue bautizado por el Papa Urbano I y cuando regresó como cristiano a casa… al entrar, vio que Cecilia estaba hablando con el ángel. Obviamente, lo importante no es que Cecilia hablase con el ángel (esto ya se lo había dicho ella) sino que él podía verlo. En ese instante, el ángel se acercó a la pareja y les entregó una corona de flores rojas (símbolo del martirio que padecerían) y otra de flores blancas (símbolo de la consagración virginal de ambos a partir de ese momento).
Años más tarde, el prefecto Turcio Almaquio, condenó a muerte a Valeriano y a su hermano. Los decapitaron con tres golpes de espada, como mandaba la ley. A Cecilia también la condenaron a muerte. Cuando irrumpieron en su casa (donde ahora está la Basílica de Santa Cecilia) intentaron ahogarla varias veces… pero no fue posible, así que optaron por darle muerte a espada, mientras Cecilia “CANTABA A DIOS EN SU CORAZÓN”. Los tres golpes en el cuello no lograron separar la cabeza de su tronco así que la dejaron en el suelo, bañada en su propia sangre. Cecilia tardò tres días en morir. (Todo esto lo recogen las Actas de Santa Cecilia – siglo V). 

Será Gregorio XIII el que nombre a Cecilia patrona de la música en 1594. La estatua que Maderno esculpió en aquella época muestra tal y como encontraron a Cecilia al abrir su sepulcro en la catacumba donde la habían enterrado. Hoy se puede ver debajo del altar de la Basílica de Santa Cecilia. En ella se percibe la marca de espada del cuello y la curiosa postura de sus manos indicando con tres dedos de la mano derecha y con uno de la izquierda la profesión de fe que la llevó al martirio: tres personas, un solo Dios (Dios trinitario).

Sin duda, la historia de Cecilia y Valeriano, es una historia de amor. De amor entre ellos y de amor entregado, generoso y testimoniado.

Vivir sin Dios es morir, mejor morir con Dios para vivir.

ORACIÓN DE LOS MÚSICOS
Oh! Cecilia, Martir santa y gloriosa
que con tu sangre preciosa
has testimoniado un amor ardiente por Cristo el Señor,
te invocamos como patrona y protectora.
Tú, has hecho de la vida un canto de amor.
Sostén nuestro trabajo
para que nuestras obras canten la gloria de Dios;
el Espíritu Santo, Amor y Belleza eterna,
guíe nuestra inteligencia y nuestro corazón.
Intercede ante el Señor
para que abra nuestros ojos y nuestros oídos.
Y así, contemplando el rostro de Cristo,
hagamos de la música el eco de la divina belleza.
Nuestras obras transmitan consuelo y alegría,
suscitando en el corazón de los hombres la nostalgia del Paraíso,
contribuyendo al esplendor y solemnidad de la oración de la Iglesia,
 que den luz y esperanza para el mundo.
Por tus grandes méritos concédenos unirnos un día al coro del cielo
allí donde resplandece la sublime armonía de Dios.
Amén.
Feliz día de Santa Cecilia.