Creo en el perdón de los pecados

NOS PERDONA DIOS

“Todos han pecado y están privados de la gracia de Dios, pero son justificados gratuitamente por medio de su gracia mediante la Redención en Cristo Jesús” (Rom 3, 23-24). San Pablo afirma: “Sabemos bien que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, para destruir el pecado, para que no seamos esclavos del pecado (Rom 6,6).

No vale la “autoabsolución”, ya que el ser humano puede cometer el pecado, pero no puede perdonar el pecado: “¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?” (Mc 2,7). San Juan nos recuerda que “si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo el Justo. Él es Víctima de expiación por nuestros pecados” (1Jn2, 1-2). El Papa Francisco nos exhortaba: “MISERICORDIA –no olvidemos esta palabra-. Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. El problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón”. (FRANCISCO, Angelus, del 17 de Marzo de 2013).

DIOS NOS PERDONA EN LA IGLESIA

Por voluntad de Jesucristo, tiene la Iglesia el poder de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo –dijo Jesús a sus apóstoles-. A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes los retengáis, les quedarán retenidos” (Jn 20, 22-23). De ese poder –por la sagrada ordenación- participan los obispos, sucesores de los apóstoles, y los sacerdotes. Representan a Cristo y actúan en su Nombre.

La Escritura señala que lo más importante no es afirmar que somos pecadores, sino que Dios perdona los pecados; y esto se realiza por ministerio del sacerdote al celebrar el sacramento de la reconciliación. Dios ofrece su perdón en la Iglesia. He aquí un texto bien significativo en la época de la primitiva cristiandad: “Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sin a quien está arrepentido, es decir, al que Cristo ha tocado con su gracia; Cristo no quiere considerar perdonado a quien desprecia recurrir a la Iglesia” (Isaac de la Estrella).

El célebre escritor inglés Gilbert K. Chesterton, al referirse a su conversión al catolicismo, explica por qué se unió a la Iglesia de Roma. “La primera respuesta es: Para librarme de mis pecados. No hay ningún otro sistema religioso que asegure de verdad que libera a las personas de los pecados… Sólo he encontrado una religión que se ha atrevido a descender a la profundidad de mí mismo”, y ésa es la religión católica.

El diálogo del sacerdote, al celebrar el sacramento del perdón, responde a una necesidad profunda del espíritu humano de liberarse de lo que le oprime, dándolo a conocer, sacándolo a la luz. Ese encuentro con la misericordia divina concluye con la absolución pronunciada por el sacerdote. Quien se confiesa “se quita un peso de encima”. Tiene en su corazón la paz, al reconciliarse con Dios y con la Iglesia.

José María Máiz Cal