Cuarto Domingo de Pascua: El Buen Pastor

El salmista entona un cántico colmado de confianza, que refleja la experiencia existencial del creyente: “El Señor es mi Pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace reposar…”

Y cuando uno reza este salmo a la luz de la historia de salvación, no deja de sentir sobrecogimiento y admiración, porque el Señor no solo se revela como pastor que guarda, cuida, protege y vigila para que no sean arrebatadas las ovejas del redil, sino que si se suman las distintas imágenes con las que se ha querido revelar Dios a su pueblo, se descubre una entrega total.

El Dueño de la viña, aunque las cepas se vuelvan bordes y den como fruto en vez de uvas agrazones, llega a reparar la heredad y se presenta en Jesucristo como vid, y como fruto bendecido y brindado en la noche pascual, como oblación que redime la infidelidad de la viña y la de los labradores.

El Sembrador, que al esparcir la semilla se expone a que se pierda, a que el grano caiga en pedregal o entre zarzas y se sofoque la sementera, resuelve hacerse labrador, y también fruto amasado del trigo sazonado, pan partido en la mesa de los hijos, que sacia el hambre de todos y aún sobra para alimentar a las doce tribus de Israel.

El Pastor conduce a su ganado hacia fuentes tranquilas, para que reparen su sed y sus fuerzas. Lleva a sestear a las ovejas, y se convierte en manantial de agua viva que colma y hace que no se tema ya la sequía.

Sin duda, nos sobrepasa la ternura divina, que por su misericordia no nos deja abandonados en el desierto, lo que merecería nuestra infidelidad, sino que se convierte en alimento y en bebida para que nunca tengamos hambre ni padezcamos sed.

Ya sería suficiente tanta prodigalidad, pero el Pastor llega a más. No solo asegura que buscará a la oveja perdida, y no porque se haya perdido, sino porque la ama, sino que se convierte en Cordero para quitar el pecado del mundo y liberar a todos los hijos de los hombres del sacrificio expiatorio.

Ahora por Jesucristo, somos la mejor cosecha de pan y de vino, y nuestras vides florecidas por su fidelidad, se convierten en el soto de recreo del Creador, quien recibe la ofrenda agradable de toda la humanidad, cuando no solo las ovejas del rebaño se conservan en el redil, sino que por el Cordero de Dios, toda la grey obedece al Pastor.

Y el Pastor bueno se hace luz, y aunque pasemos por valles de tinieblas, la noche se ilumina como el día, porque nos precede la nube luminosa, el rostro radiante del Hijo amado de Dios, resucitado.

¿Quién puede decir que tiene los dioses tan cercanos como lo está nuestro Dios de nosotros, que se nos hace Pastor, mesa, agua, luz, descanso, sombra, para que no perezcamos?

Ángel Moreno Buenafuente