David y el hijo de David

La 1ª lectura de la Misa de este 4º domingo de Cuaresma muestra al profeta Samuel, que, escuchando la voz de Dios, va a Belén, a casa de Jesé, para ungir con el aceite que llevaba en un cuerno al joven que el Señor le indique. Van pasando delante de él los hijos de Jesé, pero Samuel considera que a ninguno de aquellos ha elegido Dios para que le unja como rey. Faltaba uno, y van a buscarlo al campo, pues era el pastor del rebaño. Al observarlo Samuel, se da cuenta de que ese sí, es el elegido por el Señor, y lo unge como rey de Israel.

San Pablo se dirige a los efesios, venidos del paganismo como los otros del Asia Menor que se hicieron cristianos. Les dice que antes vivían en tinieblas; pero que, al llegar a creer en Cristo, lograron ser “luz en el Señor”. Aprovecha para exhortarles a caminar como hijos de la luz. Como cristianos, al recibir luz de quien es la luz del mundo, podrán comportarse como hijos de la luz, hijos del día.

El texto proclamado en tercer lugar, del Evangelio según San Juan, refiere la curación de un ciego de nacimiento. Según los judíos, tendrían la culpa de su ceguera sus padres o él mismo. También consideraban pecador a Jesús, entre otras cosas por curar en sábado. Jesús ve que su ceguera se orienta al bien de aquella persona y a la manifestación de las obras de la luz, por medio de Cristo, “luz del mundo”. Jesús inicia su curación y le envía, para completarla, a la piscina de Siloé. Los judíos de aquel tiempo decidieron excluir de la sinagoga a quien creyera en Jesús. Al oír el que había sido curado que Jesús era un pecador, replica que es extraño, pues con la fuerza de Dios ha dado vista a sus ojos. Al encontrarlo Jesús, y ver su fe, aprovecha para decirle que él ha venido a dar luz a quien no veía; pero quedarían ciegos aquellos que presumían de ver cuando no veían…

José Fernández Lago