Diario de un peregrino: la velocidad

Querido diario: dicen que en una hora caminamos una media de cinco kilómetros. Creo que con eso no rebasaremos los nuevos límites de velocidad. Eso sí: a partir de ahora el pánico lo desatarán las “bicis” y los “electropatines”. Ellos son los que nos pueden arrollar; más veloces, casi, que los coches. Muchos adictos a la adrenalina, ciegos de pedal, desean emular al Chris Froome del momento. ¿Habrá narices a multarlos?

Las masas han ocupado la calle de golpe, al término de un estado de alarma. Una velocidad, ésta, que denota un profundo vacío en buena parte de la población. Un desbocarse como si el desastre de perderse un momento así fuese irreparable, “incompensable”. La perspectiva de Vida Eterna e inmortalidad recuerda que, en ocasiones, los demás van primero. Y que sin esfuerzo ni sacrificio no se consiguen los más logrados frutos.

Cuidar a un enfermo crónico, acompañar a un hermano con dificultades, participar en una actividad solidaria o, simplemente, ver horrores del mundo sin edulcorar, cambian la perspectiva. Pero el ser humano nace débil: elige, demasiado, la evasión; se tapa la cara “color desesperanza”, para no ver lo difícil; se tira por el tobogán del “momentazo”, en vez de subir la cuesta del compromiso, la generosidad y la entrega.

“¿Una revista mientras le corto el pelo, para no aburrirse?” “Yo no me aburro, tengo gran riqueza interior. ¿Prisa? Poca. Pensar lleva tiempo.

Manuel Á. Blanco