Domingo VII del T.O. Año C

“Los que hieren sus propias almas son dignos de lágrimas y de suspiros, no de maldiciones, porque no hay cosa más detestable que un alma maldiciente, ni nada más inmundo que una lengua que maldice.

Eres hombre, no vomites el veneno del áspid, ni te conviertas en bestia feroz. Se te ha dado una boca no para que muerdas, sino para que cures la herida de los demás.
El Señor manda que trates a tus enemigos lo mismo que a tus amigos; no de cualquier modo, sino como a los más íntimos, por quienes acostumbras a orar.

De donde prosigue: “Y orad por los que os calumnian”, etc. Hay muchos que, por el contrario, mientras se postran en tierra y arrastran su frente por el suelo, hiriendo sus pechos y levantando sus manos al cielo, no piden a Dios el perdón de sus pecados, sino que piden contra sus enemigos, lo cual no es otra cosa que hincarse a sí mismos el puñal.
¿Qué haces, hombre?
Estás pidiendo el perdón de tus pecados, y a la vez llenas tu boca de amargura. Es el tiempo del perdón, de la oración, del llanto, no del furor.”
(San Juan Crisóstomo, Homilía 18 sobre el Evangelio según san Mateo)

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A LOS EMIRATOS ÁRABES UNIDOS