El alcance del amor cristiano

El libro del Levítico recoge en el pasaje que hemos proclamado unas palabras de Dios a Moisés, para que se las comunicara al pueblo de Israel. La base en que se apoyan esas afirmaciones está en que, como Dios es santo, también ha de ser santo el pueblo creyente. Los mandatos que el Señor prescribe, y que se encuentran también en los libros del Éxodo y del Deuteronomio, prohíben el odio y exhortan a advertir al prójimo del mal que pueda hacer, para no cargar con su pecado. Los miembros del pueblo creyente han de evitar el rencor, y amar, en cambio, al prójimo como a ellos mismos.

San Pablo dice a los Corintios en su 1ª Carta que son templos de Dios, pues el Espíritu Santo habita en sus corazones. Por lo tanto, del mismo modo que se respeta el templo de Dios, hay que respetar esos templos, que son ellos. A la hora de buscar la sabiduría, no deberán conformarse con la que el mundo ofrece, sino más bien intentar ser sabios según Dios. No procede buscar la gloria que las cosas terrenas pueden ofrecer, sino más bien acceder a los criterios de lo alto, que vienen de Dios.

El Evangelio de hoy, que es una parte del Sermón del Monte, nos mueve a tener una actitud de resignación frente a aquellos que nos agravian. Si recibimos bofetadas, no debemos replicar; si nos llevan la túnica, seamos generosos, dando también la capa. Cuando nos pidan, debemos dar; y si requieren nuestra ayuda como compañía, seamos generosos, ofreciendo un tramo más del camino. Para ser buenos hijos de Dios, que hace salir el sol y llover sobre justos y pecadores, hemos de amar a nuestros enemigos y ser buenos con los que nos hacen mal. Así seremos verdaderos creyentes. Hemos de tratar de ser perfectos, pues perfecto es el Padre celestial.

José Fernández Lago