El anuncio a los paganos

El texto del profeta Jeremías recoge el relato de su vocación. El Señor lo escoge para ese cometido mucho antes de que apareciera en el seno de su madre. Le encarga del cometido de dirigir la palabra divina a los reyes y príncipes de Judá. Estos, a pesar de ser dirigentes del pueblo elegido, no se comportan como tales, al no ser verdaderamente fieles al Señor. Este le dice que no debe tenerles miedo, pues Él estará con el profeta, para librarle de las situaciones comprometidas.

Al dirigirse a los Corintios, manifiesta San Pablo que el Espíritu suscita muchos carismas en su Iglesia, todos ellos al servicio del Cuerpo de Cristo. Sin embargo, aunque uno haya recibido el don de las curaciones, o el de hablar en lenguas o algún otro semejante, si no tiene auténtico amor, todo lo otro no le sirve de nada. Prosigue, haciendo un canto al verdadero amor, que es comprensivo, servicial, que no tiene envidia; no presume ni se engríe; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor todo lo soporta y lo disculpa. El amor no pasa nunca.

Jesús acude a la sinagoga de Nazaret. Una vez que hubo proclamado la profecía de Isaías que le tocó de leer, manifestó que en ese momento se cumplía la profecía que habían escuchado. Al ver sus paisanos que Jesús se aplicaba la profecía, comenzaron a murmurar. Sabían que Jesús pertenecía a la casa de José, el artesano del pueblo, mientras que el Mesías debía bajar del cielo. Jesús se duele de su falta de fe. Presenta como comprensible que el Señor haya buscado a personas como la viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón y a otro sirio, Naamán, para ofrecerles sus beneficios. Ellos se pusieron furiosos, e intentaron tirarlo desde un barranco que había en el monte de Nazaret; pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

José Fernández Lago