El fruto de la palabra

En este 8º del Tiempo Ordinario, el libro de la Sabiduría de Sírac, llamado también del Eclesiástico, por la acogida que ha tenido en la Iglesia, compara una vasija respecto del horno en el que se introduce, con el modo de conversar, respecto de la persona que habla. También muestra los frutos que se cosechan, respecto del árbol que los produce, y trata de sacar luz a favor del corazón de una persona concreta, respecto de la palabra que proclama. Así pues, como el árbol se reconoce por sus frutos, también por el modo de hablar se conoce el tipo de persona que hay detrás.

S. Pablo reflexiona sobre el ser humano, y manifiesta que es corruptible y mortal. Sin embargo está llamado a volverse incorruptible e inmortal. Esto se debe al amor de Dios, cuyo Hijo se hizo hombre y obediente hasta la muerte, y nos ha conseguido la victoria sobre la muerte y sobre el mal. Él, resucitado de entre los muertos, es primicia de todos nosotros, que resucitaremos con él. Correspondamos al amor de Dios, entregándonos sin reservas al servicio del Señor.

La condición de un árbol –dice Jesús, tal como recoge San Lucas- se reconoce por sus frutos. De este modo, el árbol será bueno o malo, según los frutos que produce sean buenos o poco buenos. Con las personas, acontece algo semejante: según su corazón sea bueno o malo, así dará buenos o malos frutos, porque “de la abundancia del corazón, habla la boca”.

José Fernández Lago