El grito del que sufre

El profeta Habacuc se angustia ante los muchos crímenes que se producen a su alrededor. En esa situación clama ante Dios, en espera de su respuesta. El Señor le promete salir en su ayuda, sin tardar. Le dice además que el presuntuoso no triunfará; en cambio, el justo, por su fe, vivirá.

San Pablo le escribe a su discípulo Timoteo, y le pide que reavive el don de Dios. El Señor le había ofrecido su gracia, merced a la imposición de manos de San Pablo. Gracias a ese espíritu, que viene de Dios, no le faltará la fortaleza, el amor y la  templanza. Le anima a no avergonzarse, a la hora de dar testimonio de Cristo resucitado, evangelizando a los no creyentes, con las fuerzas que Dios le dé. También le pide que haga suyos los contenidos de la fe que el Señor le ha dado, y que los mantenga.

El Evangelio de San Lucas da cuenta de la súplica de los Apóstoles a Nuestro Señor Jesucristo, de que les aumentara la fe. El Señor les responde que tienen bien poca fe: de lo contrario, harían maravillas. La fe es un don de Dios; pero después hemos de esforzarnos en mantenerlo y acrecentarlo. Si somos pobres de espíritu, o sea, humildes, servidores de Dios, reconoceremos que de Él nos viene todo bien, y que nosotros, aun en el caso de hacer lo que debemos, hemos de considerarnos servidores suyos y manifestar que no hemos hecho sino lo que debíamos hacer.

José Fernández Lago