El otro claustro: San Pelayo. Día 2

Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te habías alejado por tu indolente desobediencia. A ti, pues, se dirigen estas mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor.

(REGLA de san BENITO prólogo 1-2)

 

6:35: “Señor, ábreme los labios”.

Así comenzamos juntas la jornada. Nuestra primera palabra para el Señor. O mejor, es Él quien nos capacita para la escucha y la alabanza. “Effeta”, resonancias del bautismo, de nuestra condición de hijas en el Amado.

“Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza” Mientras lo decimos trazamos la señal de la cruz sobre nuestros labios. Le pedimos lo que yo llamo “el milagro del éffetá.” (“Effetá” es la palabra aramea que Jesús emplea para abrir los labios y la lengua del sordomudo en Mc 7, 31-37 y significa “ábrete”. Esta expresión también se utiliza -ahora de forma opcional- como uno de los ritos del bautismo) De ahí, mi resonancia personal que me vincula este versículo con la petición al Señor que renueve cada día mi vivencia bautismal y prepare el oído de mi corazón para escuchar su Palabra, y abra mis labios para alabar y cantar su Misericordia. En el fondo, también podemos vivirlo como una invocación implícita al Espíritu, pues nos dice san Pablo: “Nadie puede decir: Jesús es Señor, si no es movido por el Espíritu.” (1Cor 12, 3).

¡Haz, Señor, que de mis labios no brote más que Jesucristo, la paz y la misericordia! Así es como -según Sulpicio Severo- vivía san Martín de Tours. Por cierto, el patrono de nuestro Seminario Mayor…