Frangullas de convivencia familiar: 13 de mayo

“Se me ha muerto un familiar. No he podido acompañarlo ni despedirme. ¡Cuánto sufrimiento! ¡Qué soledad! ¡Voy a estallar de dolor! Me da lo mismo todo: ya nada tiene sentido”. Los sentimientos pueden contigo y te culpabilizas. Tienes todo el derecho a estar triste; a tener miedo al cambio, al vacío…, incluso al olvido del ser querido; a sentir intensa rabia contra todo, incluso contra Dios. Esas emociones son la primera reacción a la pérdida. Date tiempo para recuperar la paz. ¿Qué cosas te pueden ayudar? Escribir cómo te sientes, llorar, recordar momentos gratificantes con tu ser querido, rezar por él, un rato de oración personal en el que puedas incluso gritarle a Dios. Es bueno tener alguien que te escuche comprensiva y respetuosamente. Si lo necesitas, estamos a tu disposición.

Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme -cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo (Benedicto XVI, Salvados en esperanza, 32).

Despierta ya Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces para siempre. Levántate ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor (Sal 44,24.27).