Intervención de Mons. Barrio en la Cope: 9 de febrero de 2018

 

Entretenidos como estamos hablando del tiempo meteorológico, con los episodios de nevadas intensas y de extremados fríos, tan propios por otra parte de esta estación invernal, tal vez no seamos todavía plenamente conscientes de que está llamando a nuestra puerta, otra vez más, la Cuaresma. El tiempo se “nos echa encima” como dice la expresión popular para indicarnos que todo se sucede con rapidez. Y hablamos del tiempo vital, no del meteorológico; del tiempo que implica la sucesión de los acontecimientos en el calendario y en nuestras vidas.

Este miércoles será, ya, Miércoles de Ceniza. Cuando cubramos nuestra cabeza con este símbolo de humillación y de petición de misericordia a Dios, habremos dejado atrás el Carnaval con el que gracias a las máscaras tratamos de encubrir nuestras pequeñeces. Sí, somos poca cosa en comparación con la gracia de Dios que en el tiempo fuerte de la Cuaresma se derrama, si cabe, con mayor abundancia y generosidad.

Así, no hay tiempo que perder. Con la oración, la limosna y el ayuno nos revestiremos de las armas propicias para el combate con las fuerzas del mal, que unas veces vendrán de nuestro propio corazón endurecido por el egoísmo y otras por las tentaciones que el Maligno nos proponga bajo apariencia de bondad. Miremos al Jesús tentado en el desierto y reparemos en la fuerza de su oración y en el valor de su ayuno para marcar la distancia inmensa entre el bien y el mal, entre el Mesías y el tentador.

¡Qué regalo preciado nos hace la Liturgia de la Iglesia con estas cinco semanas que nos lanzan, con la fuerza impulsora del Espíritu, hacia la luz gozosa de la Pascua, donde se disiparán las tinieblas y triunfará el gozo de la Resurrección!

Os invito a todos a vivir con alegría y esperanza esta Cuaresma en la que nuestro gozo será acompañar al más necesitado con nuestra oración, nuestra ayuda económica y nuestro privarnos de la comodidad para atender a su necesidad.