La generosidad de Dios

El Señor, molesto con Sodoma y Gomorra, está dispuesto a castigarlos. Habían cometido el triple pecado de falta de hospitalidad, de la unión sexual entre personas del mismo género, y de la violencia para conseguirlo. Abraham intercede ante Dios, e,  intentando evitar que muriera el inocente con el culpable, le pidió el perdón para ellos. Dios acepta perdonarlos, con tal que hubiera entre ellos cincuenta justos; y, al final del regateo de Abraham, incluso con que hubiera solo diez justos. Pero no había ni diez…

San Pablo nos dice que, cuando estábamos muertos por nuestros pecados, el propio Dios nos ha dado vida en Cristo Jesús, al perdonarnos nuestras culpas. Ha retirado el protocolo de la condena, y lo ha clavado en la cruz. Accedemos al perdón de modo sacramental, mediante el bautismo, en el cual se simboliza nuestra sepultura con Cristo, y la resurrección con él para la vida.

Los discípulos de Jesús le piden que les enseñe a orar. Él les enseña el Padrenuestro. Se le pide de ese modo al Señor que su realidad sea respetada y amada; y a la vez, que nos dé cada día el pan que necesitamos, que perdone nuestras ofensas, y que no permita que caigamos en tentación. Les dice además que Dios es como un Padre bueno, que nos concede lo que necesitamos. Si los padres terrenos, siendo malos, dan cosas buenas a sus hijos, ¿qué no hará el Padre celestial, que es bueno? Así pues, pidamos, que alcanzaremos lo necesario; busquemos, que habremos de encontrar en Dios lo que le pedimos; y llamemos, que Él, que es generoso, nos abrirá.

José Fernández Lago