Miradas 44

Cuadragésimo cuarto día de confinamiento. Nos acercamos al primero de mayo, fiesta del trabajo para el calendario laicista y festividad de san José obrero para los católicos. Faltan tres días para tan señalada fecha y la celebraremos en pleno confinamiento, con la seria amenaza de rebrote de la pandemia si se relajan las medidas de protección social. Es decir, que seguirá vigente la más que razonable prohibición de aglomeraciones. Pero hace ya varios días un sindicato nacionalista convocó manifestaciones “para que el Gobierno central modifique políticas laborales y sociales”.

Supongo y espero que se prohíba tal irresponsabilidad. Resulta incomprensible que se plantee siquiera este despropósito cuando la pandemia le ha costado la vida a ¡veinticuatro mil personas! y sigue causando cientos de muertos cada día. Es difícil entender que desde esta central se anteponga la ideología a la vida y la salud de las personas en cuyo favor dice trabajar. ¿De verdad que en las actuales circunstancias no se puede reivindicar una política social justa más que con una manifestación? ¡Qué afán por sacar banderitas a la calle, Señor!

Frente a tanta demagogia, quiero destacar el documento de la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente. Es un texto cuya lectura y reflexión recomiendo porque se inscribe en la mejor tradición de la Doctrina Social iniciada por el papa León XIII con la encíclica Rerum novarum en el ya lejano 1891. Y es muy pertinente en estos tiempos de acoso y derribo a la Iglesia. Son muchas las voces que están comprometidas con el desprestigio de los católicos con los consabidos argumentos, que por falaces y maniqueos merecen pocos comentarios.
Lo cierto es que no hay en el planeta una institución que trabaje más y mejor por la erradicación de la pobreza que la Iglesia católica. Sólo en España y en estos momentos, como en la crisis económica que nos azota desde 2008, son incontables, literalmente incontables, las iniciativas de diócesis, parroquias, Cáritas, congregaciones religiosas, asociaciones de laicos… que están al lado de los más necesitados, cubriendo sus carencias económicas, alimentarias, energéticas, de vivienda, emocionales…

A la Iglesia la mueve la Justicia. Los cristianos estamos comprometidos con la defensa y la promoción de los pobres. Por eso el documento Iglesia por el Trabajo Decente pone el acento en los colectivos de trabajadores más desprotegidos: las personas que trabajan en hogares ajenos, las que se dedican a cuidar dependientes, las que se dejan la vida en las labores agrícolas, en el reparto o en los establecimientos de alimentación. Sectores poco apreciados y mal remunerados y que sin embargo se han mostrado fundamentales en esta pandemia.

Reconozco que me indigno cuando escucho a alguien preguntar dónde está la Iglesia en estos momentos, o afirmar sin empacho que no se la ve por ningún lado. Esta postura es más irritante cuando quienes la sostienen no se han ocupado jamás de la suerte de los empobrecidos. Sólo en la Iglesia vemos en el pobre a Jesús. Sólo desde el Evangelio se comprende que lo que se le hace a un pobre, al mismo Cristo se le hace. Por eso la Iglesia nunca dejará de vaciarse en su beneficio.

Antonio Gutiérrez