Miradas 9

Octavo día de confinamiento. Según el Gobierno, al que lamentablemente no puedo creerle ya ni una palabra, entramos en la peor semana de la pandemia. Tengo mis dudas. Creo que lo peor llegará después. Es lo que tiene retrasar las medidas inevitables. Dice la sabiduría popular que a grandes males grandes remedios. Pero nuestra clase política es tan miedosa como los propietarios del dinero. Se asusta con facilidad, es cobarde a la hora de coger el toro por los cuernos. Prefiere guardar la basura debajo de la alfombra con la esperanza de que el viento la esparza y no llegue a formar una montaña. Pero como casi siempre, la realidad nos ha arrollado con la fuerza de un tifón. Está causando un inmenso dolor, regado de muertes que se me antojan gratuitas. Y a la postre ha obligado a tomar las duras medidas del confinamiento y el cierre de negocios. Se actuó tarde y esa negligencia la pagarán, como siempre, los más pobres, los más desfavorecidos, los más débiles.

Los periodistas sabemos que la información es poder. Y que la desinformación, la propaganda continuada, es aún más poderosa. Conocemos la eficacia del uso de los medios. Su capacidad de influir en la conciencia de los ciudadanos es diabólica. Su estrategia de saturar a los ciudadanos con datos, muchos de ellos irrelevantes, consigue que al final casi nadie recuerde casi nada de lo sustancial. Cuando los corifeos del Ejecutivo acaben con su trabajo se nos habrá olvidado por qué la pandemia comenzó en Madrid y se cebó especialmente con sus habitantes, por qué el virus se está expandiendo con más velocidad aquí que en Italia, por qué se colapsaron los hospitales de la capital, por qué los denostadores de la sanidad privada optan, incoherentemente, ser atendidos en sus hospitales, por qué… Nuestra memoria histórica de estos aciagos días será la que nos inculque el poder político a través de sus medios. ¡Qué actual se me hace el viejo Orwell!

Ante esto, ¿qué hacer? Mi humilde propuesta es retomar la dimensión profética que nos confiere el bautismo. Denunciar sin miedo y sin complejos todo lo que causa dolor a los preferidos de Dios. Siempre me ha conmovido el poema de Pedro Casaldáliga Pobreza evangélica: “… no matar nada; no callar nada. Solamente el Evangelio, como una faca afilada”. O sea, callar no es una opción cristiana. El miedo no es una opción cristiana. El cálculo interesado, la falsa prudencia que busca un rédito espurio no es una opción cristiana. Criticar a unos pero justificar las mismas infamias en los otros no es una opción cristiana.

Vivimos un tiempo privilegiado para proclamar el Evangelio de palabra y con obras. Que no se nos olvide que orar no es fugarse del compromiso social. Antes, al contrario, la oración sólo es verdad cuando nos lleva a la acción decidida por la construcción del Reino. De hecho, somos testigos de esa construcción. La Iglesia sigue con su labor de proteger a los sin techo, amplía su cuidado en los albergues que tiene por toda Galicia. Mantiene los comedores, potencia el denodado trabajo de sus múltiples cáritas… Sigue sembrando Evangelio. En esa labor debemos implicarnos todos los bautizados. Cuidar al hermano para ser creíbles. Ser creíbles para ser reflejo de Jesús.