Momento Blanco en Cope: civilización rural

Hoy toca ensalzar un modo de vida, antes de que desaparezca: La civilización rural. El coronavirus ha demostrado que una casa en el campo y una economía de subsistencia, requiere sacrificios, no fabrica ricos, pero aguanta mucho mejor las crisis. “Mire, de todos estos días de confinamiento, he ido al supermercado únicamente a por un par de cosas y algo de pescado. El resto lo tengo a mano”. El urbanita escucha a esta señora con añoranza: “encima, qué buen producto tiene la cabrita”.

El secreto no estriba, sólo, en que el abuelito “opá” cuida gallinas cuyos huevos son mucho más naturales que los de una gran superficie comercial. Se trata también de valores. En el rural suele haber un terrenito donde respirar aire puro. El aislamiento viene dado por las distancias entre casas. No hace falta una cinta de caminar porque, al plantar lechugas y tomates o, recoger frutas y verduras, el médico convalida las sesiones de deporte sin necesidad de analíticas. Además, el campo otorga salud mental.

El rural se vacía. Los abuelos se extinguen en él como especies raras protegidas por un tratado internacional. Pero sus virtudes no se reproducen ya en ese cautiverio. El trabajo del campo no atrae. Los servicios no echan raíces. A lo sumo, el turismo rural se asienta fugaz para servir buenas comidas y relajación gracias a empresarios que viven fuera. El coronavirus se aburre en la aldea. No sólo por la amenaza del alcohol del aguardiente, sino porque la mayor parte de Galicia se ha forjado allí. Con sus costumbres tranquilas; su sentido común; su pausa veterana; sus sabios y poco escuchados consejos; y su fe. La fe de un pueblo que se sabe deudor del Padre y Creador de una naturaleza exuberante, brava y maravillosa.

Manuel Á. Blanco