Momento Blanco en Cope: empañado

Las gafas y las mascarillas se molestan mutuamente. Como esos hermanos que se quieren con locura pero se hacen rabiar. La mascarilla genera neblina de vaho al caminar y las gafas quieren los mimos de gamuzas especiales o que las sitúen en palco VIP, al borde de la nariz, para ventilarse. Luis había madrugado para hacer un recado en la plaza de abastos. Parecía perseguir a Jack el destripador por las calles de Londres.

La boca tapada con tela quirúrgica y los ojos empañados por la condensación de su propio aliento le convertían en un personaje extraño. Alguien que deambulaba tanteando el rumbo. Aún no había amanecido. Luis recordaba mayor actividad de vendedores en otras épocas, cuando acompañaba a su amigo Pepe a las compras del alba para surtir el “ultramarinos”. Ahora, con el “covid”, la vida entera se veía borrosa.

Luis compró un rape fresquito en una de las dos pescaderías que encontró abiertas. Conocía al vendedor. Un tipo tranquilo que se acordaba de él. “Lo de comer aún va resistiendo”, comentó. “Lo peor es el resto”. Luis no se molestó demasiado en desconvocar la bruma de sus gafas. Miraba hacia abajo lo justo para no tropezar. Pensaba que, así, su andar tenía algo de magia y poesía. Estaba decidido a no pararse nunca.

En la ducha y la cocina, los azulejos se empañan y las paredes lloran; lo cual no significa optar por la mugre o dejar de hervir el agua. Del mismo modo, en pandemia, “guíenos el corazón cuando los ojos no vean.”

Manuel Á. Blanco