Momento Blanco en Cope: la propiedad del Año Santo

Mucha gente ha incluido a 2020 en su lista negra. Me pega que este año va a hacer pocos amigos… Así, con frecuencia, cortejamos a 2021 esperanzados. Y que no se cele. Como mucho, que llegue la Nochevieja para celebrarle una despedida. En fin, comenzamos temporada con una pregunta: ¿Qué fue primero el huevo o la gallina? ¿El Año Santo o el Xacobeo? ¿El Apóstol o las que ofrecen la tarta de almendra por Santiago?

Casi hemos aprendido a diferenciar el concepto “Año Santo” (asociado al genuino peregrinar, a la penitencia primitiva, al perdón y la reconciliación) de otro constructo más de bolsillo y de cultura: el “Xacobeo”. Con el tiempo, a los peregrinos “espirituales”, se les han sumado otros de “agencia de viajes”, y se ha exprimido la naranja económica del Camino como para montar una reserva federal. Con respeto, tal vez quepa.

Un Año Santo debe servir para resituar al ser humano. Para reflexionar. Para ir al fondo de uno mismo y reencontrarse con los demás de un modo nuevo. Para sacar propósitos de convivencia sana con el medio natural. Para profundizar en la necesidad de la reconciliación y el perdón. Y, por supuesto, para abrir la ventana del alma y ventilar la casa con la pregunta por el Dios de nuestra vida y del amor. Un camino, en fin, más allá del dinero.

¿Quién prolonga el Año Santo para que la covid-19 no impida una de las experiencias más fundantes que existe? ¿Iglesia o gobierno? ¿Fe o empresarios? ¿Huevo o gallina? Un análisis de lo que sucedió en la península con la irrupción del cristianismo, puede llevarnos a la respuesta correcta.

Manuel Á. Blanco