Obediencia y diálogo

Al final del primer Viaje Apostólico, Pablo y Bernabé vuelven a los lugares del Asia Menor en los que habían establecido comunidades cristianas. Ahora, en esta segunda visita del mismo viaje, establecieron presbíteros en las distintas comunidades. Concluida su misión, volvieron a Antioquía de Siria, de donde habían salido, convocaron a la comunidad y les refirieron lo que Dios había hecho con aquellas gentes, en especial cómo había abierto a los gentiles las puertas de la fe.

El vidente del Apocalipsis contempla un cielo nuevo y una tierra nueva, por obra del Señor. Vio además cómo la nueva Jerusalén, ataviada con vestiduras blancas, a semejanza de una novia, descendía del cielo. Indicó además que aquel lugar era la morada definitiva de Dios con los hombres. Como consecuencia, en adelante ya no habría más lágrimas, ni muerte ni dolor, porque, al estar Dios con ellos por toda la eternidad, evitaría cualquier tipo de mal.

El cuarto evangelista, en la Última Cena, presenta a Cristo glorificado, junto al Padre, y algunas de las palabras que el Señor pronunció en aquel lugar. Estaba a punto de comenzar su Pasión, y por ello Jesús les anticipó lo que sería su gloria, a semejanza de lo que había hecho con Pedro, Santiago y Juan en el Tabor. Establece para ellos un mandato nuevo: el del amor mutuo, a semejanza del que él les había dispensado. Así conocerá el mundo que son sus discípulos: si se aman los unos a los otros.

José Fernández Lago