“Padre y hermano, como San José”

El próximo 19 de marzo, Solemnidad de San José, se celebra el Día del Seminario. Este año bajo el lema, «Padre y hermano, como San José».  El objetivo de esta Jornada es reflejar la figura de San José, en los sacerdotes, en un año en el que, si cabe, ha tomado un mayor protagonismo tras declarar el Papa el Año de San José.

¿Por qué se le confía a san José esta misión? San Juan Pablo II nos contesta que, «al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege a la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.»

San José es también Patrón de los seminarios. Cada Seminario, quiere ser ese lugar donde se cuida y hace crecer el don de Dios. Como nos recuerda la Ratio fundamentalis: «El don de la vocación al presbiterado ha sido sembrado por Dios en el corazón de algunos hombres.» Sin duda que San José fue «el primer formador.” Por ello, es también padre de los seminaristas, de aquellos que han recibido la llamada a configurar su vida con Cristo en el sacerdocio.

El Seminario es un lugar y un tiempo privilegiado para que cada seminarista descubra cómo Dios lo hace crecer a través de la Iglesia y de Su mano providente. Ya desde el Seminario, es importante cultivar la oración personal, porque este encuentro hace que la relación con Cristo sea más íntima y personal y, al mismo tiempo, favorece el conocimiento y la aceptación de la identidad sacerdotal.

«Jesús se presenta a sí mismo como el Buen Pastor» (Jn 10, 11.14), Él siente compasión de las personas, porque están cansados y agobiados, como ovejas sin pastor (Mt 9, 35-36); Él busca las dispersas y las descarriadas (Mt 18, 12-14) y hace fiesta al encontrarlas, las recoge y defiende, las conoce y llama una a una por su nombre (Jn 10, 3), para ellas prepara una mesa, alimentándolas con Su propia Vida; y Su obra y misión continúan en la Iglesia a través de los apóstoles (Jn 21, 15-17) y sus sucesores (1 Pe 5, 1ss), y a través de los presbíteros. En virtud de su consagración, los sacerdotes estamos configurados con Jesucristo, Buen Pastor, y llamados a imitar y revivir su misma Caridad Pastoral. Por ello, el Sacerdote, continúa con la misión encomendada a Jesucristo, de no perder a ninguno de los que se le ha confiado (Jn 6, 39).

El Sacerdote cuida a Jesús en cada hombre. Por ello está llamado a hacerse «un prójimo de los otros», pues el valor de la cercanía y de la palabra de un Sacerdote es capaz de motivar interrogantes en la vida de las personas, custodiando así su vida, su camino al Cielo.

San José llevó hasta el final la misión encomendada y a pesar de las dificultades, no pasó de largo, no miró para otro lado, no se desentendió. En este camino de custodiar a los hermanos, san José nos invita a acoger a los demás. Nos encontramos así, hermanos a los que aproximarnos, a los que cuidar con nuestra escucha y atención. Y esto, no solo como hermanos, sino más aun, «con corazón de padre.” Tenemos que vivir en la confianza de que san José realiza fielmente su misión y cuida de su Iglesia. Pero no nos contentemos con solo mirarle, sino que, en este año, cada uno de nosotros, podamos fortalecer diariamente nuestra vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios.

La vocación es una respuesta a una llamada que nos hace el Señor. En palabras de San Pablo. “Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por Él, según su designio salvador. En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que Él sea el primogénito entre muchos hermanos.”

Estas palabras son especialmente significativas para nosotros. Hemos sido llamados “según su designio salvador”, hemos sido llamados desde el corazón amoroso del Señor. La vocación es un don del amor generoso de Dios, un signo de su misericordia. La vocación es una llamada a reproducir en nosotros mismos la imagen de Jesucristo. Y ese es el trabajo de toda una vida.

El Seminario es siempre un tiempo de conversión. Más allá de la formación espiritual, intelectual, humana y pastoral que reciben estos años, son un tiempo de crecimiento en la identificación con Cristo. Eso implica aprender a vivir en Su Presencia, aprender a pertenecerle enteramente a Él. Esto lleva consigo también, el tener la intención de desprendernos de los modos de pensar de nuestra sociedad e incluso de algunos de los hábitos con los que crecimos.

Ser sacerdote es pertenecer a Jesucristo — y “ser” para los demás”. Para eso, no basta con ser una buena persona que trabaja arduamente y se preocupa por los demás. Ser sacerdote significa que tenemos que ser “otro Cristo”, es decir, hombres de vida interior y celo apostólico. Estamos llamados a vivir con humildad y obediencia en una cultura que nos dice “dedícate a lo tuyo”. Estamos llamados a vivir la castidad en una cultura de una agresiva sexualidad. Estamos llamados a ser pobres de espíritu en una cultura de consumo que dice que la felicidad y el éxito consisten en tener.

Pidamos la gracia de continuar con esta obra de conversión, de tener el gozo de entregar nuestra vida por amor a Jesucristo y a las almas, de imitarlo y de consagrarnos a Él. A todos se nos confía esta misión de anunciar el Evangelio. ¡Toda la Iglesia es misionera!

Los seminaristas que se están preparando para ser sacerdotes de Jesucristo, están llamados a seguirlo de la manera más íntima y radical. Por lo tanto, durante estos años de formación, es imprescindible “estar con Él”, de formarse en profundidad a nivel intelectual, humano, espiritual y apostólico cerca de Él. Él nunca los abandonará. El sacerdote realiza dos funciones principales, en las cuales se engloban y clasifican el resto de las tareas que realiza: estar con el Señor, orar; y estar cerca de los hombres de este mundo, haciendo presente a Cristo en medio de ellos, y tienen que permanecer cerca de la Santísima Virgen María, que es la Madre de Jesús y la Madre de los sacerdotes y los futuros sacerdotes.

Pidamos al Señor que los seminaristas renueven su propósito para vivir en la presencia de Cristo, especialmente en la Santísima Eucaristía, que escuchen atentamente Su Palabra, que estudien y que continúen esta hermosa obra de conformarse a imagen de Él.

Le pedimos a nuestra Santísima Madre la Virgen María que esté con todos nosotros en este camino. ¡Que Ella sea la inspiración de todos nosotros para dar testimonio de su Hijo y de la vida nueva que Él tanto desea llevarle a cada persona!

D. Carlos Álvarez,
Rector del Seminario Mayor