Resurrección para la vida

Los siete mártires macabeos sufren persecución a causa de su fe. Tanto ellos como su madre están dispuestos a sufrir, para no quebrantar la Ley de Moisés, en la que creían sus padres. Les movía a aceptar aquel sufrimiento el saber que, después de la muerte, el Dios del universo los había de resucitar a una vida eterna. De ahí que, en comparación con esa vida, la terrena les sabía a poco, y afrontaban la tortura y el martirio con entereza y esperanza.

San Pablo, en esta 2ª Carta a los fieles de Tesalónica, les dice que el Señor les consuela de modo constante, porque les ha dado una esperanza que está en sus corazones y que no puede defraudar. No duda que el Señor dirigirá sus vidas por la senda del bien y de la verdad, de modo que esa esperanza, que tienen puesta en Cristo, les acompañe toda la vida, hasta alcanzar la realidad que esperaban.

El Evangelio muestra una de esas diatribas de Jesús con los grupos de su tiempo. En este caso discute con unos saduceos, que, como tales, niegan la resurrección. Para defender aquello en lo que creen, afirman que en la vida eterna sería todo muy complicado. Al haber viudas vueltas a casar, no se sabría bien a cuál de los hombres con quienes estuvieron casadas le pertenecerían. Jesús dice que en la vida eterna todo será distinto a lo que acontece aquí. Por otra parte, ya que, como ellos creen, Dios es el “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, si estos están muertos, ¿qué clase de Dios sería el Señor, siendo un “Dios de muertos”?

José Fernández Lago