Testimonio en tiempo de coronavirus

José Antonio Santiago García. Casado, 8 hijos, de los cuales 7 en casa y el mayor de policía nacional en Madrid, trabajando estos días con la UME y disponible las 24 horas. Vivimos en Santiago.

Soy profesor de Religión católica desde hace 32 años. Echo una mano en la parroquia de san Cayetano, en Santiago. Llevo adelante un cierto “magisterio itinerante” en temas de familia y Teología del cuerpo por las parroquias que me lo piden.

Sobre el Coronavirus me vienen muchas consideraciones: nos creemos “la pera”, como se dice, y un pequeño microorganismo paraliza el mundo. Me apena que se vea el tema sólo de tejas abajo: ya sabemos que la salud es importante, pero lo es para hacer algo serio con nuestra vida, y lo más serio y lo que produce la más profunda alegría es darse a los demás (somos imagen del Dios comunión de personas). Ojalá este tiempo de confinamiento sirviese para pensar un poco en qué estamos haciendo con nuestra vida, y no se usase para alienarse más. Por otra parte creo que al que esta sociedad tiene confinado en una larga cuarentena es a Dios. Se vive todo como si él no existiese.

No me cuesta estar en casa porque tengo mucho que hacer. Además me han encargado el servicio de salir a la compra. Hay que ver también el aspecto positivo de poder estar más con la familia y tener más tiempo para la oración. Hemos vuelto al parchís, a las cartas y al monopoly. Se ha establecido el rosario familiar a las 20.00, como nos pidió el Arzobispo, pero es de libre asistencia.

En este tiempo me vienen muchas frases de los Salmos para dirigir al Señor, como el salmo 91: Tú que habitas al amparo del Altísimo, | que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, | Dios mío, confío en ti». Él te librará de la red del cazador, | de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, | bajo sus alas te refugiarás: | su verdad es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, | ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, | ni la epidemia que devasta a mediodía.

Es providencial, además, vivir esto en Cuaresma. Ofrecer la restricción de no poder salir, sobre todo cuando lleguen días de sol. Mirar a Cristo crucificado, al que cargó con nuestras lepras, y pedir por todos los contagiados, por el eterno descanso de los difuntos, por el trabajo del personal sanitario, por la conversión de todos. Es un modo de servir a los demás sin salir de casa.

Es hermoso rezar la oración del Papa a la Virgen, compuesta para estas circunstancias. Pido también a san José, cerca ya de su día: “y a cada uno de nosotros protegednos con vuestro perpetuo patrocinio, para que a ejemplo vuestro y sostenidos por vuestro auxilio podamos santamente vivir, piadosamente morir y alcanzar en el cielo la eterna bienaventuranza”.

Para el futuro sueño la alegría de la Pascua. “Si morimos con Él, viviremos con Él”. El sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra.

José Antonio Santiago