Un pastor que es rey

Los ancianos de Israel, en representación de las 12 tribus, van a Hebrón a ungir como rey a David. Reconocen que aquel “suave arpista de Israel” era ya en tiempos del rey Saúl quien realizaba las entradas y salidas de Israel. Además el Señor le había prometido que él sería el pastor del pueblo de Israel, precisamente él, que había sido pastor del rebaño de su padre.

La Carta de San Pablo a los Colosenses, recoge al principio un himno de alabanza a Dios Padre. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, para llevarnos al reino de su Hijo. Este es nuestro redentor, el que nos perdona los pecados. Él, que es anterior a todo cuanto existe, mantiene todo en la existencia. Es además Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. Principio y primogénito de los muertos, es el primero en todo. El Padre quiso que residiera en él la plenitud, y por él quiso reconciliar a todo el mundo, dando la paz a los hombres por la sangre de su cruz.

El Evangelio muestra a Jesús en la cruz. Los que están alrededor, o bien se mofan de él, como el pueblo y las autoridades, y también los soldados, o le piden una ayuda para el más allá, como el “Buen Ladrón”. Por cierto, este consigue que Jesús le prometa estar con él aquel día en el paraíso.  A ese, pues, le da la paz desde la cruz, cosa que hace con todos.

José Fernández Lago