VI Domingo del Tiempo Ordinario: la voluntad de Dios

Es sabiduría conocer la voluntad divina, y el autor sagrado afirma que “es prudencia cumplir la voluntad de Dios”. Quizá interpretamos estas enseñanzas en orden a actuaciones concretas, a mandamientos que debemos cumplir, y sin duda, una dimensión de la enseñanza conlleva el cumplimiento positivo de lo que sabemos es bueno.

Hay otra dimensión de la voluntad divina: el abrazo que debemos dar a lo que acontece, más allá de que lo hayamos deseado o procurado. Los hechos nos traen también resonancias del querer de Dios. El salmista canta: “Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor”.

Puede parecer exagerada la afirmación de que en todo debemos ver la mano de Dios, y de que en todos los acontecimientos, leídos desde la fe, cabe encontrar manifestaciones de su voluntad. San Pablo nos ofrece una explicación del principio de ver en todo la huella divina: “Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo”.

Jesús, quien defiende que el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado, no propone sin embargo que cada uno haga lo que quiera, sino que ratifica la revelación del Antiguo Testamento y advierte sobre el posible desprecio de la ley del Señor.

No obstante, siendo muy importante el código de moral, la ética profesional, la conducta que se rige por la moral objetiva, lo esencial en el cristianismo es la razón por la que se actúa y se vive según el Evangelio, que no debiera ser otra que la respuesta de amor a quien nos ha redimido por amor.

Y por encima de todo, a la hora de entrar en la propia conciencia, no deberemos dar más importancia al cumplimiento material de la ley que a la relación personal con Jesús, y a su ofrecimiento permanente de misericordia.

Cada enseñanza del Evangelio la debemos interpretar a la luz de toda la revelación, pues no vale evadir la ley, ni justificarse por la ley. Una cosa es cierta, que el Evangelio nos ofrece la mayor posibilidad de plenitud humana, de paz interior y hasta de felicidad en este mundo.

Ángel Moreno Buenafuente