Viva la gente

  • CONFESIONES DE UN CURA | Escribe Severino Suárez Blanco | En esta hora de la historia del mundo, los que nos declaramos creyentes tenemos que ser hombres y mujeres de bondad, de ilusión, de ganas de hacer realidad todo este sueño de fraternidad universal

El otro día, buscando en el despacho un libro que me hacía falta, me encontré con un folio, medio amarillento ya, en el que estaba la letra de la canción que da título a este artículo, Viva la gente. No sé si se acordarán, pero esta canción fue tremendamente popular allá por los inicios de los 70. Personalmente, para mí fue muy motivadora. Yo estaba en el Seminario preparándome para ser cura, era un momento de mucha energía, de vientos de cambio y renovación. Toda una explosión de vida, ilusión, optimismo… Al volver a leer ahora la letra de esta canción, me di cuenta de que conserva su plena actualidad: «Con más gente a favor de gente en cada pueblo y nación, habría menos gente difícil y más gente con corazón». ¡Cuánta necesidad tenemos de serenar nuestras sociedades, de tender puentes, de sembrar esperanza, de tejer redes de confianza!

Todo esto enlaza muy bien con esa preocupación tantas veces expresada por el Papa Francisco: tenemos que construir una cultura del encuentro. A este tema dedicó su última encíclica. En ella escribe: «La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es solo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones».

Necesitamos una política sana

Desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia ese mundo más fraterno y acogedor para todos que cantábamos con Viva la gente. Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, ante la corrupción y la ineficiencia de tantos políticos, me gustaría subrayar, en línea con la última encíclica del Papa Francisco, que la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Hay que recuperar la ética de la virtud. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social, la amistad social. Esto es mucho más que un sentimentalismo subjetivo. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista, privatista y utilitarista que conduce inexorablemente a la cultura del descarte. Lo que yo sueño es una cosa muy distinta a esto.

Suárez Blanco, ante la iglesia de su parroquia natal, Treos

Suárez Blanco, ante la iglesia de su parroquia natal, Treos MARCOS RODRÍGUEZ

 

Como dice el Papa, hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por humildad y coraje profético, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre sostenidas por todos. Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a la ética social.

¿De qué color es la piel de Dios?

En el reverso de ese folio amarillento que me encontré por casualidad en mi despacho, está la letra de esta otra canción, tan popular y llena de vida como la que acabo de evocar. «¿Papá, de qué color es la piel de Dios? / Dije negra, amarilla, roja y blanca es / todos son iguales a los ojos de Dios». En esta hora de la historia del mundo, los que nos declaramos creyentes tenemos que ser hombres y mujeres de bondad, de ilusión, de ganas de hacer realidad todo este sueño de fraternidad universal. Nuestras iglesias están demasiado tristonas. Es verdad que la pandemia tiene mucho que ver en esta realidad, porque es mucha la gente que todavía tiene miedo a venir a misa, porque todavía no hemos podido recuperar la normalidad de las grandes celebraciones y actos pastorales. Pero en medio de todo ello, yo me pregunto si no nos dejaremos estar invadiendo por el pesimismo. Sería terrible. El pesimismo es lo más contrario a la religión verdadera. Es como un cáncer que todo lo devora. De ahí que hoy yo quiera sumar mi humilde voz a la del Papa Francisco para inyectar la tan necesaria esperanza e ilusión en medio de nuestras comunidades parroquiales.

Nos visita la Cruz de Lampedusa

El 8 de julio de 2013, a poco más de tres meses del inicio de su pontificado, el Papa Francisco realizó su primer viaje apostólico. Escogió para ello la isla italiana de Lampedusa. Celebró la Misa en un altar construido sobre un cayuco naufragado. Todo un signo ante la indiferencia del mundo por el drama que acontece diariamente en esas aguas. El 3 de octubre de ese mismo año hubo un nuevo y terrible naufragio frente a las costas de Lampedusa, con más de 360 fallecidos… En este contexto, un artista italiano construyó la que ahora conocemos como la Cruz de Lampedusa. Está construida con restos de barcas naufragadas en esta isla. El Papa la bendijo unos meses después y pidió que se convirtiese en una cruz peregrina con el objetivo de transmitir un mensaje de solidaridad a todo el mundo.

Llega ahora a nuestra diócesis, que sabe tanto de peregrinos y peregrinaciones, que ha padecido en sus propias carnes el fenómeno de tener que abandonar la propia tierra para buscar un futuro mejor que Galicia no le podía proporcionar. Ojalá que la visita de tan eximio signo de paz y fraternidad sea un aldabonazo a nuestras conciencias y a la conciencia también de nuestros políticos. El mundo tiene muchos problemas, qué duda cabe. Pero tampoco albergo ninguna duda de que si colaboramos todos en buena sintonía, podremos afrontarlos con éxito. Es la hora de la esperanza. La ayuda de Dios no nos va a faltar.

Suárez Blanco, natural de Carnio (Vimianzo), ejerce en la parroquia San Francisco Javier de A Coruña, entre otras.

Fuente: La Voz de Galicia