XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Conducido por el Espíritu Santo, Jesús se presenta en la sinagoga en medio de sus paisanos para testimoniar el Evangelio: “Fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga”.

Este movimiento sigue siendo emblemático, pues se nos ha confiado la verdad revelada para ser anunciadores del tiempo de gracia. El profeta anticipaba la actitud del Maestro de Nazaret cuando dice: “El espíritu entró en mí, me puso en pie”.

Suelo decir que los carismas no se inventan, se obedecen. Y en la gracia bautismal hemos recibido todos el don misionero, que nos debe llevar a compartir la fe y a ser testigos de lo que sabemos que es bueno.

Cabe que como san Pablo, sintamos la espina en nuestra carne y nos de pudor anunciar el Evangelio si somos frágiles y necesitados de misericordia. Es conocida la experiencia del Apóstol, que deseaba verse libre de su debilidad y así se lo pidió al Señor; pero Él le respondió de forma distinta a su deseo, y san Pablo llegó a comprender una ley extraña según las categorías culturales: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Para llegar a la sabiduría de la pobreza y de la debilidad, se debe haber experimentado la gracia. Como nos enseña el salmista, la oración es la fuente de sabiduría, y desde la relación teologal que expresa el salmo cabe comprender la paradoja evangélica de sentir fuerza en la misma debilidad.

La súplica que nos corresponde nos la ofrece el salterio: “A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo”. Es diferente el deseo de ser invulnerable de conocer que la gracia nos acompaña en la tarea.

¿Qué llamada tienes?

¿Qué don debes compartir?

¿Te atreves a dar testimonio de la fe?

¿Te echas atrás por sentirte débil y hasta pecador?

Ángel Moreno Buenafuente