XX Domingo del Tiempo Ordinario

El mensaje revelado que ofrecen las lecturas de este domingo se concentra en los verbos comer y beber. Además, aparecen las palabras “pan” y “carne”, y ambas personalizadas por Jesucristo, quien se presenta como verdadero pan del cielo y como verdadera comida.

No se trata de comida o bebida material, pues “los ricos pasan hambre”; tampoco se trata de abusar de la bebida, como advierte san Pablo: “No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu”; es un lenguaje análogo para explicar la entrega total de Jesucristo, hecho Eucaristía, en favor de todos los hombres.

La necesidad de comer y de beber es existencial. La carencia de alimento y de bebida, si llega al límite, coloca en peligro de muerte. Jesús aplica en su discurso esta perspectiva vital como ejemplo para decir lo que significa comulgar con su persona, con su humanidad. De ello va a depender la vitalidad de la fe en Él.

No se trata de ser antropófagos, ni de caer en la gula desmedida. En un lenguaje figurado, se aplican los efectos biológicos del comer y del beber a la vida espiritual, que se alimenta de la Palabra de Dios y de los sacramentos.

Cabe no tener apetito ni sed, y en estos casos se corre el riesgo de debilitamiento por falta de fuerza; así se puede llegar a la anemia y a la inapetencia, que a veces conducen a la muerte.

El que tiene hambre y sed busca la manera de satisfacer su necesidad, y si es preciso, mendiga. Algunos revuelven los contenedores por si encuentran alimento. Por el contrario, los satisfechos y saciados permanecen instalados en su comodidad. Hay que tener sed y hambre de Dios y de su Palabra, mantenerse en actitud de búsqueda, y acoger la invitación que nos hace Jesús, que no es a una participación física, sino a una pertenencia a su persona, que se manifiesta comulgando.

El libro de los Proverbios ya profetizaba lo que después Jesús nos dejó como regalo de Pascua: “La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa”.

Es momento de aceptar la invitación que nos hace Jesús en la Eucaristía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. “Tomad y bebed, esta es mi sangre, que se ofrece para perdón de los pecados”.

Ángel Moreno Buenafuente