XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, “B”

La pregunta de Jesús a sus discípulos: -«¿Qué queréis que haga por vosotros?», si nos la hacemos a nosotros mismos, puede ser motivo de una reflexión trascendente. Pongámonos en las circunstancias de aquellos galileos, que ven a su Maestro realizar toda clase de prodigios y, fascinados por el poder del Señor, caen en la trampa de especular con su situación y le solicitan sentarse en los primeros puestos: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Petición que choca con toda la enseñaza que les ha impartido.

Quizá nos puede parecer egoísta la súplica de los Zebedeos, pero tal vez nos denuncie nuestra oración interesada, incluso nuestras prácticas religiosas, cuando las hacemos por el interés de justificarnos más que por amor al Señor. Es posible que nos descubramos dando para que nos dé. Actitud semejante a la de aquellos viñadores de la primera hora, que se indignaron porque recibieron el mismo jornal que los últimos.

En un pasaje evangélico muy cercano al texto que meditamos, Jesús se dirigió al ciego de Jericó con la misma pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” En este caso, el ciego le pidió ver, que no solo significa la recuperación del sentido de la vista, sino sobre todo el don de la fe, por el que se interpreta todo según el querer de Dios.

¿Cuál debería ser, entonces, nuestra respuesta a tan abierta pregunta como nos hace Jesús? Las lecturas de hoy pueden ayudarnos a responder de manera evangélica, que significa de manera esperanzada. El salmista nos ofrece una respuesta acertada: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”.

El creyente tiene confianza en el Señor, y se fía de Él, como dice el profeta: “Lo que el Señor quiere prosperará por su mano”. Desde la fe no se desea otra cosa que no sea la voluntad divina. Jesús nos enseñó a pedir: “Padre Nuestro, hágase tú voluntad”. Esta súplica no es temeraria, pues quien confía en el Señor sabe que de Él nos viene lo mejor. “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo”, reza el salmo.

La diferencia entre ser religioso y ser creyente consiste en que el cumplidor de los preceptos lleva cuentas de lo que hace para sentirse bien; mientras que el creyente rompe el frasco de perfume costoso, sin levar cuentas, porque actúa por amor. Hay quien nos acusa a los cristianos de ser más religiosos que evangélicos. Hoy tenemos la oportunidad de reaccionar desde la confianza y desde el amor ante la pregunta de Jesús.

Ángel Moreno Buenafuente