Un “regio cadáver” se pasea ante la mirada atenta de la humanidad. Los sentimientos se desatan. A veces pienso si la Iglesia también será para muchos esa ancianita que esperamos fallezca, aunque sea entre pompa y honores, con sucesor “marioneta”, hábil guionista de “leyenda negra”, empeñado en loar imperios mundanos. Al fallecer Isabel II hay quien siente la profunda orfandad de no encontrar a la Madre Reina que dejó aquí Jesús.
El segundo capítulo de la Carta de San Pablo a Timoteo invita a rezar por los reyes y por todos los constituidos en autoridad. Los cristianos han visto en ello un modo práctico y ordenado de encomendar a la sociedad: si su cabeza funciona con sensatez, el Evangelio se vive y propone con paz. Hoy queda el símbolo, el glamour, el marujeo rosa, el perfecto protocolo, el espectáculo y una liturgia que nos representa y nos involucra con el más allá.
Desde el país de Benny Hill, Mr. Bean o 007 nos llega un relato nuevo, distinto al de los precios altos y la guerra. Recordamos que, de algún modo, todos pertenecemos al linaje real de los hijos de Dios. Que somos de barro, capaces de lo mejor y lo peor. Que aspiramos a una corona que no se marchita donde abunden banquetes de amor y familia. En el fondo, la Iglesia tiene todo eso y más. Pero en vez de a Jesucristo, elegimos la Vida de Brian.
Manuel Á. Blanco