Diario de un peregrino: la raza

Si Vinicius fuese un gladiador (que, en parte, lo es…), lo imaginamos agitando a las masas de Coliseo (en parte, así fue…) para luego enfrentarse con casco y espada al racismo que se le acerca, “a todo trapo”, rugiendo desde el foso de los leones. ¿Por qué nos hemos agitado y convulsionado de un modo tan radical? Tal vez porque no queremos culpas; tal vez porque la mayoría es gente normal; tal vez porque llevamos tiempo perdiendo valores.

Dicen que el racismo defiende la superioridad de un grupo étnico frente a los demás y que llega a justificar su explotación económica, la discriminación social o la agresión física. La simpatía por el pueblo judío o por los “hermanos” de Martin Luther King no es una casualidad. Somos sensibles a su historia. Puede que la emigración ha podido vacunar Galicia contra el odio racial: la acogida recibida por el mundo, exige hospitalidad.

El carácter universal, católico, de la Iglesia se grabó un día en el alma: “no te importen las razas ni el color de la piel…”. “Hakuna” lo canta en “Siempre Imaginé”. Dice que la felicidad asociada a sueños cumplidos, poder, comodidad o autosuficiencia es falsa. Pero pertenecer a una estirpe que habita ya en el cielo, ser de la familia de Cristo, que susurra amor al oído… ¡Ah! Esos son mi madre y mis hermanos… ¡Qué bonita es tu Iglesia!

Manuel Á. Blanco