Hoy es el Domingo de Ramos. Jesús entra en Jerusalén como el rey sencillo y humilde anunciado por Zacarías. Si esta primera parte de la celebración tiene un sentido triunfal, dentro de la cercanía y pobreza de aquel rey, la otra parte muestra el desarrollo triste y doloroso del Mesías anunciado. Jesús aparece como el Siervo Sufriente anunciado en el libro de Isaías. Confía en Dios y cuenta con no quedar defraudado, sino más bien con posibilidades de ofrecer al que sufre una palabra de aliento.
San Pablo les dice a los Filipenses que Jesús estaba desde el principio junto al Padre. Sin embargo, para cumplir la voluntad del Creador, se despojó de su rango y se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Precisamente por eso, el Padre lo rehabilitó y le ha dado una realidad más excelsa que cualquier otra. De ese modo, al nombre de Jesús debe hincarse toda rodilla en el cielo y en la tierra, y todo el mundo debe reconocer que Jesús es El Señor, para gloria del Padre.
El relato del Evangelio según San Mateo da cuenta de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Uno de sus discípulos le traiciona; y los otros, después de haber querido defenderle Pedro, le abandonan. En la Última Cena, instituye Jesús la Eucaristía. Después de la escena del Huerto, se ofrece el juicio ante el Sanedrín, cuando Cristo se confiesa como Mesías que vendrá sobre las nubes del cielo. Judas, molesto consigo mismo, se ahorca. El sanedrín considera Jesús un blasfemo, y lo envía a Pilato. Allí Jesús se declarará rey de los judíos. Pilato, que quiere liberarle, le ofrece a los judíos que elijan entre él y Barrabás. La gente se queda con este. Sigue la condena a la muerte en cruz. Estando clavado en ella, le injurian. Jesús muere balbuceando parte del Salmo del justo perseguido. Al enterrarle, ponen una custodia en el sepulcro. .
José Fernández Lago