Bautismo de Jesús

Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice (Mt, 3.13).

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando. Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel» (Jn 1, 25-31).

Lugar del bautismo

Observa el lugar del bautismo de Jesús. Por todos los indicios bíblicos y arqueológicos, el acontecimiento del bautismo del Señor se sitúa en el lado de Jordania, debajo de Jericó, cerca del Mar Muerto.

Desde esta circunstancia geográfica, interpreto la ubicación del hecho en clave teológica, pues no es indiferente que los evangelios señalen los lugares donde acontecen los hechos.

El lugar más bajo

Jesús descendió. Siendo Dios, se hizo hombre; pero además, la proclamación de que era Hijo de Dios acontece en el lugar más bajo de la tierra, a -417m bajo el nivel del mar.

La puerta por la que entra el pueblo de Dios a la Tierra Prometida

Si fijamos el lugar del bautismo en las inmediaciones de Jericó, recordemos que esta ciudad es citada como puerta por la que entra Israel en la tierra de la promesa. Y el sacramento del bautismo es la puerta por la que entramos a formar parte del nuevo pueblo de Dios.

El Espíritu y el manto

En Jericó, atravesado el Jordán, se fija la subida del profeta Elías en un carro de fuego. Según el relato bíblico, se le cae el manto, que recibe su discípulo Eliseo, y en él recibe también la fuerza profética. En el bautismo se nos reviste de la vestidura blanca, y se nos unge con el óleo santo, por el que nos convertimos en miembros del pueblo de sacerdotes, profetas y reyes.

El rio Jordán

El bautismo tiene estrecha relación con el agua, elemento que persiste en toda la travesía del desierto. El agua amarga de Jericó se convierte en agua dulce al tocarla con el manto del profeta. Somos iniciados en la fe por el agua del bautismo, aguas dulces que fecundan la tierra, y los bautizados somos como árboles plantados junto a la corriente, que no temen la sequía. La fe que recibimos, al convertirse en confianza, nos mantiene en permanente lozanía.

Los ojos de la fe

En la ciudad de Jericó se fijan dos hechos muy significativos: la conversión de Zaqueo, que hospeda a Jesús en su casa, y la curación del ciego, que una vez recobrada la vista, sigue a Jesús de cerca hasta Jerusalén. El bautismo nos regala la visión teologal de los hechos, los ojos de la fe, y nos convierte en huéspedes de la mesa del Señor.

Ángel Moreno Buenafuente