Todos sabemos lo que es una bandera, es una señal. Pero una señal que se coloca en un sitio muy visible, preferiblemente alto, para que pueda verse bien desde lejos. Todas las banderas tienen significado, de hecho, en el mar, existe el código internacional de banderas, con colores y formas concretas, fruto de tratados internacionales para aumentar la seguridad marítima. En tierra y mar tenemos el lenguaje de las banderas, que según como se coloquen transmiten letras. Luego están las de las fiestas, las que se colocan en sitios oficiales, las de los paises, o asociaciones, o grupos. Pero todas nos llevan de vuelta a lo mismo: son una señal.
El amor de Dios tiene su propia bandera, su propia señal, la Eucaristía como sacramento del pan y el vino. Es una bandera que ondea frente a los vientos del tiempo y el espacio, si, de la realidad. Cualquiera puede acercarse a la Eucaristía para maltratarla de cualquier modo, y no se abrirán los cielos, ni bajará un rayo que lo fulmine, ni otras truculencias de cualquier película. Podríamos decir que no pasa nada, pero sería mentira. Sí pasa, porque Dios, que nos ama, se ha quedado ahí para mantener su compromiso con el hombre, para dar la oportunidad real de experimentar en su carne y sangre, en la carne y sangre de Dios, en su cuerpo, lo que el hombre quiera compartir con Él. Es una de las presencias vivas de Dios en la tierra, y una muy especial, está ahí, indefenso y a nuestra disposición, para que quede bien claro que nos ama de tú a tú, en nuestra historia y en nuestra realidad concreta, que ni nos ha abandonado, ni nos mira por encima del hombro.
La celebración de la eucaristía, en la misa, supone actualizar el sacrificio de Cristo en la cruz, pero no repetirlo, tiene valor infinito y es irrepetible, pero se hace, como Cristo dijo: “en memoria mía”. Para acercarse a la realidad del ser humano, que no es sólo espíritu, que vive una vida que mancha, y a esa vida, a compartirla con nosotros, a vivirla con nosotros, viene Cristo en la eucaristía, a seguir siendo terreno con nosotros, a recordarnos que no está ausente en el cielo, que no nos ha dejado, que está aquí.
Cuando se hace el camino de Santiago se avanza día a día, hacia la meta. Desde más lejos o más cerca, pero se va experimentando como la vida se marca por cada paso que se da, por cada rato en el camino.