Carta Pastoral al Personal de Caritas Diocesana, Interparroquial y Parroquial de la Iglesia compostelana

Amar a todos desde el balcón de nuestra alma

Queridas personas que trabajáis en Caritas:

En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Cuando ya nos habíamos habituado a unas rutinas cotidianas en la familia, en el trabajo y con nuestras amistades, de repente, la pandemia del coronavirus nos ha hecho retroceder a épocas pasadas. Tiempos aquellos en Europa de antiguas pandemias, que hoy siguen arrasando otros continentes, y que entonces diezmaban la población y las esperanzas en el campo y la ciudad. Y así, con los controles en las calles y carreteras, la reclusión obligatoria en casa y la “distancia social” impuesta, de repente, descubrimos un estilo de vida nuevo que nos ayuda a leer todos estos hechos en clave de acontecimiento salvífico para nuestra vida cotidiana. Esta nueva situación para todos, enfermedad para otros, éxodo y esperanza-liberación para los creyentes, se convierten en los puntos cardinales y la hoja de ruta necesaria para todo el pueblo cristiano que peregrina de la mano del Salvador, incorporados en su pasión, muerte y resurrección, reviviendo su Pascua agitada y esperanzada.

Una buena noticia de estos días es que muchas personas están derrochando imaginación y creatividad. ¡Es esperanzador! No es sólo un ejercicio de generosidad o emotividad para agradecer en vivo y en directo desde los balcones o virtualmente con infinidad de vídeos y canciones en la red. Cabe esperar que todo sea para gloria de Dios (cf. Jn 11,4). El mal no tiene la última palabra en este mundo. No se trata de un simple ejercicio de solidaridad y ciudadanía, aunque también. Es manifestación de bondad que tantos están derrochando. Por eso, muchas de estas iniciativas se han convertido en pasos vivos e iconos de esta cuaresmavirus que nos conduce hacia la Pascua mirando desde el balcón de nuestra alma. Se hace reconociéndose por encima de las mascarillas, puesta la mirada en los más vulnerables, los niños y los mayores de nuestras casas, las personas sin hogar y los pacientes en UCIS y hospitales.

No nos puede paralizar el miedo. Es bueno llorar porque perdemos a los que amamos, pero enseguida con lucidez y serenidad hemos de levantarnos porque cuanto mayor es el desafío, más imaginación y firmeza hemos de poner. En esta situación se pide sacar de nosotros lo mejor, contagiados de entusiasmo y creatividad para buscar vacunas contra la soledad, la insolidaridad y las recetas fáciles. “Las obras de caridad son las únicas que no admiten demora… Ni siquiera la noche interrumpe nuestros quehaceres de misericordia. No digas: Vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización” (S. Gregorio Nacianceno, Sermón 14, Sobre el amor a los pobres, 38).

Al acometer este ingente ejercicio de firmeza y ternura recordamos a San José, el hombre de manos rudas y corazón tierno que soñaba. El que vive de Dios lo muestra a borbotones. Para ello, debemos buscar y encontrar el agua viva que nos quita la sed en los manantiales más frescos. Uno de ellos es nuestra propia experiencia de Dios, labrada y enraizada en la plegaria silenciosa. La sabiduría nos confirma que Dios no provoca el mal. Las raíces de este y otros males las desconocemos pero no están en Dios que nunca es artífice del mal. Para los creyentes, Dios está en medio de nosotros, alentando a las familias en sus hogares, respirando con los que están en la UCI, sanando y cuidando en los hospitales, en comedores sociales, y en la atención primaria de nuestras Cáritas, fumigando y velando por la seguridad con nuestras fuerzas de seguridad, descargando alimentos con los transportistas, y abriendo los brazos a los que retornan a la casa del Padre, dándoles alas de verdadera libertad hasta que llegue la resurrección.

Otro manantial es la conciencia de que Dios se hizo uno con las más vulnerables, hermanándonos a todos en el madero de la cruz. Esta es nuestra confianza: Dios se encarnó en nuestra condición humana. Descubrámosle en el silencio y abracemos también en silencio a todas las personas, vivas o fallecidas, de la familia, de la vecindad, de los amigos y enemigos, y de los desconocidos. En la oración demos un abrazo espiritual desde la “distancia social” y con la cara tapada con la mascarilla. Este el camino de la caridad de la Iglesia que está recorriendo toda la familia de Cáritas con este principio y este fin: recibir y dar. Así de sencillo. Todo tiempo es tiempo para la caridad y éste de manera especial, haciendo propios los pensamientos y los sentimientos del necesitado. De este modo, no solo estaremos conectados sino que nos sentiremos verdaderamente vinculados. “Cada gesto cuenta”.

Queridas personas de Caritas, estoy muy cercano a vosotras y os agradezco vuestra disponibilidad y generosidad sin medida, vuestro espíritu de sacrificio y capacidad para entregar vuestra vida a quienes más pueden necesitarlo. “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Vosotras nos ayudáis a recuperar la confianza en la humanidad. Os saludo con afecto y bendigo en el Señor.

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.