La 1ª lectura de la Misa de este domingo, del libro del Eclesiástico, nos exhorta a cumplir la voluntad divina como lo mejor que puede hacer el hombre. Este, como indica el libro de los Salmos, tiene dos caminos fundamentales en la vida, para elegir el uno o el otro. El Señor, que está lleno de sabiduría y de poder, nos anima a escoger el que conduce a la vida, pues el otro lleva a la muerte. Dios nuestro Señor, que lo ve todo, nos ha dado libertad para elegir uno u otro camino; pero no dejará impune el mal que podamos llevar a cabo.
San Pablo, en su 1ª Carta a los Corintios, alaba una sabiduría que no procede de este mundo, sino de Dios, y que es algo escondido, profundo, que el Señor ha puesto desde los orígenes al servicio del hombre. Los hombres con criterios terrenos no la han asumido como suya; si lo hubieran hecho, no hubieran crucificado al Señor de la gloria. Por el contrario, quien camina a la luz de Dios, llega a atisbar lo que el Señor ha preparado para quienes lo aman, pues el Espíritu, que conoce las profundidades de Dios, se lo ha hecho conocer.
San Mateo recoge en el Sermón del Monte muchos dichos de Jesús. En el pasaje que hoy se ha proclamado, manifiesta, entre otras cosas, que Jesús no vino a abolir la Ley mosaica ni los otros libros de la Sagrada Escritura, sino que quiere más bien llevarlos a la plenitud. Todo ha de cumplirse, sin rebajas. Quien ponga en práctica lo que está escrito, será grande en el Reino de los Cielos. Quiere Jesús que interioricemos lo que la Ley prescribe, hasta el punto de que no basta con no matar, sino que hay que alejar los sentimientos de odio. No podemos ser amigos de Dios, si no nos reconciliamos antes con nuestros hermanos. Quien se aleja afectivamente de su esposa, ya ha adulterado en el corazón; y quien se divorcia, si había formalizado su contrato con ella, adultera. En la vida no hace ninguna falta jurar: basta con decir sí o no.
José Fernández Lago