Desde el otro claustro: San Pelayo. ¡Aleluya, verdaderamente Cristo HA RESUCITADO, aleluya, aleluya!

Desde la santa Pascua hasta Pentecostés se dirá el aleluya sin interrupción tanto en los salmos como en los responsorios. Pero desde Pentecostés hasta el principio de la cuaresma solamente se dirá todas las noches con los seis últimos salmos del oficio nocturno. Mas los domingos, menos en cuaresma, han de decirse con aleluya los cánticos, laudes, prima, tercia, sexta y nona; las vísperas, en cambio, con antífona. Los responsorios nunca se dirán con aleluya, a no ser desde Pascua hasta Pentecostés.

 (REGLA de san BENITO capítulo XV: En qué tiempos se dirá aleluya)

¡Aleluya, verdaderamente Cristo HA RESUCITADO, aleluya, aleluya!

Esta vez que nos perdone D. Manuel Blanco (quien nos metió en este “fregado”) porque nos saltamos su esquema… con la libertad propia de los hijos de Dios…

Y es que estamos en Pascua. Acabamos de celebrar “de aquella manera” sí, los días más sagrados de nuestra fe, el corazón de nuestras vidas, ya que -como decía el Beato Charlie- “vivimos para esa noche” (la de la Vigilia Pascual). Y seguimos celebrando la Pascua, su Octava, sus cincuenta días culminados en Pentecostés.

San Benito todo lo organiza en función de la Pascua, es el núcleo y, a partir de ahí va desglosando los diversos tiempos litúrgicos que -como veis- todavía no estaba constituido el ciclo de Adviento-Navidad en el s. VI…

Esta Pascua resulta especial, sí. Dolorosa. Hay mucho sufrimiento a nuestro alrededor y en nuestras casas, en el mundo entero. Hay incertidumbre y lágrimas, pero, es precisamente ahora cuando debemos gritar más alto nuestra esperanza, no ingenua ni de inconscientes, ¡al contrario! sino con la verdad de la primera Pascua que no fue, ni mucho menos, sencilla ni bucólica.

Y nos dejamos de prédicas y damos paso a la poesía que es capaz de expresar y evocar más entre líneas…

¡Celebramos la Vida!

No la plácida y sosegada,

sino la que nace de la Herida.

Es descubrir en el más profundo dolor

que el Amor permanece

y se da sin medida.

Que en la lágrima

puede brotar la sonrisa,

que la esperanza y la bondad

pueden más

que la enfermedad y la malicia.

Porque el final no es la fosa

-ésta es sólo un paso- para llegar

a las Manos amorosas del Padre,

que son sólo caricia.

¡Celebramos la Vida!

No la plácida y sosegada,

sino la que nace de la Herida.

Es el Misterio de Cruz y Gloria

en las llagas del Resucitado

indisolublemente unidas.

¡Abramos los ojos,

mirad que brota la Luz

de lo más profundo del dolor, de la Herida…

¡CRISTO HA RESUCITADO,

ALELUYA!