Sigue Pablo con sus compañeros, haciéndose a la mar, y pasan por Cos, Rodas, Pátara… Cambian de nave, para dejar Chipre a la izquierda y poner proa hacia Siria, a una parte que hoy pertenece al Líbano, como es Tiro, donde la nave debía descargar parte de lo que llevaba. Allí pasó siete días con algunos discípulos, que le desaconsejaron el ir a Jerusalén. Les acompañaron hasta el barco, con sus familias, y, ya en la playa, se pusieron unos y otros a orar, hasta que llegó el momento de subir a la nave. Esta llegó pronto a Tolemaida, donde se detuvieron un día, lo que aprovecharon para saludar a los hermanos de allí. Desde aquel lugar, pusieron proa hacia Cesarea Marítima. Esta era la ciudad que alojaba al Procurador Romano, a excepción de los días de fiesta, que acudía en Jerusalén para tratar de custodiar el orden. Sin embargo a Pablo y a sus compañeros les interesaba más bien visitar al diácono Felipe, uno de los siete, que tenía cuatro hijas vírgenes, que profetizaban, y alojarse allí.
Habiéndose detenido algunos días en Cesarea, tuvieron la visita del profeta Agabo, que venía de Jerusalén. Este echó mano a la faja de Pablo, y, atando sus pies y sus manos, manifestó como dicho por el Espíritu Santo: el dueño de esta faja será atado de este modo en Jerusalén por los judíos, que le entregarán a los gentiles. Ante esas palabras, unos y otros le aconsejaban no ir a Jerusalén. Pablo les pidió que se confortaran, pues él estaba siempre dispuesto no solo a ser encadenado, sino también a morir por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Ellos terminaron aceptando la voluntad de Dios.
José Fernández Lago