Félix dio largas a la causa de Pablo, esperando que el tribuno Lisias fuera por allí. Por eso le dio orden al centurión que lo custodiase, con cierta libertad.
A los pocos días, como Drusila, la esposa de Félix, era judía, llamó a Pablo, para escuchar ambos lo que él decía de la fe en el Mesías Jesús. Pablo habló de algunas cuestiones de moral y del juicio futuro, ante lo cual, atemorizado, Félix lo mandó marchar, hasta otra ocasión. Dice el autor del libro de los Hechos que quizás esperara el Procurador que Pablo le diese algún dinero, por lo cual lo llamaba de vez en cuando para conversar con él. Pero pasaron dos años, y fue nombrado Porcio Festo sucesor de Félix. Este dejó a Pablo en la prisión.
A los tres días de la llegada de Festo a Cesarea, se dirigió a Jerusalén, para ver a los Sacerdotes Jefes y a otras autoridades del pueblo judío. Estas querían que condujera a Pablo a Jerusalén, para ser juzgado allí. Festo replicó que, teniendo él que volverse en seguida a Cesarea, consideraba que, si alguno de ellos quería ir con él, para acusarlo allí de lo que ellos consideraran importante. Así lo hicieron y allá fueron, presentando ante él muchos cargos, que no podían probar, y que encontraban el rechazo de Pablo, que afirmaba no haber cometido nada contra el templo ni contra el César. Festo le preguntó entonces a Pablo si quería subir a Jerusalén para ser juzgado allí. Pablo respondió que a él le correspondía ir al tribunal del César. Festo ratificó lo que Pablo quería: Al César irás.
José Fernández Lago