? Diario de un peregrino. Ascensor

Querido diario: la vida tan natural del Camino de Santiago ha hecho que me olvide de mi piso en la gran ciudad. Algunos amigos odian tener que compartir vivienda con otros vecinos en un mismo edificio: “son como nichos”, han llegado a decir. Claro que tener una casa propia, exenta, tampoco está a mi alcance. El caso es que una vez se estropeó el ascensor de gravedad. Sólo valoramos estas cosas cuando faltan.

Ese ruido del ascensor, subiendo y bajando, dejó huérfana a la comunidad casi una semana. Volvieron las conversaciones de escalera, cortas, por las prisas pero dando ánimos. Aumentó la sinceridad al preguntar “qué tal” y la solidaridad “sindical” para presionar a la compañía encargada del mantenimiento. “Mucho me acordé de usted”, le decían con humor resignado y comprensión al abuelo del noveno… La basura, la compra, etc., nunca se calcularon tanto. Y todos rezando para no enfermar gravemente.

El ascensor, como “La Cabina”, de Antonio Mercero y J. L. López Vázquez, puede dar claustrofobia. También la vida e, incluso, el Camino. Pero junto a las bajadas, un elevador puede contener, también, el “amor de subida”, algo que no vale la pena despreciar. Las menospreciadas conversaciones de ascensor constituyen, a veces, la única oportunidad de hablar con los vecinos; de alegrarles el día; de descubrir a un buen padre o a una sacrificada y madrugadora profesional; de comprender sufrimientos y dramas en hogares insospechados; de conocer perros; o de prestar ayuda.

Manuel Á. Blanco