Querido diario: a veces me pregunto si todo en la vida será tan hermoso como el Camino de Santiago. Por ejemplo, la violencia. ¿Por qué sigue existiendo? ¿Cuál es su raíz? ¿No podríamos evitarla antes de que suceda? Un amigo periodista ya retirado sostiene que sin entender el pecado original no se puede comprender el porqué de la violencia. Ésta nos acaba atrapando, como el pistolero de un narco al testigo protegido. De niños hemos de aprender a defendernos. Quien pisotea, se estropea. Quien se defiende, a veces no se entiende… ni a sí mismo.
“Will Smith me acaba de dar una bofetada”, exclamó el comediante Chris Rock en los Óscars. Qué difícil es el buen humor. Uno ya no sabe si se trata de bromas o de “veras”. Primero se busca desconcertar. Después, opinar: con rumores, críticas, veneno, redes sociales… Las ideologías se entrometen, juzgan y dictan sentencia. Los líderes de mediáticos mueven el tema y reclaman la atención para ellos, más que para el tema en sí. Y la gente, en general, palpándose los bolsillos, buscando dónde se nos ha perdido la madurez…
Con gusto les daríamos bofetadas: a los que inventan guerras; pero les imitaríamos. A los políticos, pero es inútil: tienen mucho “cuajo”. A los ignorantes que retuercen, tergiversan y siembran el error o la estupidez; pero entonces les daríamos una importancia que no merecen. A los cristianos apoltronados; pero Dios ha querido que los despertemos por amor. ¿Más bofetadas?: Más crispación. ¿Para corregirnos? Se repetirá.
Las mejores bofetadas que recuerdo vinieron tras dar ánimos a un colega en el ostracismo. Alguien valioso, rodeado de envidiosos mediocres a los que hacía sombra. Una gente muy buena lo apoyó, lo acompañó y le confió responsabilidades. Triunfó. Para celebrarlo, muy agradecido, invitó a cenar a quienes tanto le habían ayudado. Poco a poco, la mano de cada invitado fue abofeteando a la otra; cada vez más rápido; una y otra vez; estallando en una apoteosis de millones de aplausos. De aquellos grandes corazones salía dignidad a chorros, como escupida por un pozo de petróleo. E igual que ante el oro negro, felices se empaparon de gran felicidad.
Manuel Á. Blanco