Querido diario: todos conocemos a alguien. Cuando caminas, esas personas vuelven a la mente y al corazón de modo inevitable. María, por ejemplo, se ha jubilado hace poco. Antes cuidaba a una persona mayor, en Santiago. Fuerte, religiosa, madre apegada que vive con su hijo porque no es posible de otro modo. Ucraniana. Austera y sacrificada, capaz de pasar con poca cosa. Sus ojos claros irradiaban la luz de la nieve de su tierra. Se queda sin palabras cuando le preguntan cómo va la cosa o cómo se siente.
Natalya, es más joven. Madre de dos hijas que terminan bachillerato. El amarillo de la bandera de su Ucrania natal se desparramó por el pelo de las tres. Recia sra. de su casa. Bautizada ortodoxa, unió su vida a un buen hombre portugués y decidieron que las niñas hiciesen la Primera Comunión. Llevan tiempo instalados en el Concello de Ames y estos días ha logrado traerse a buena parte de la familia que quedaba en la zona de guerra.
A veces, mientras camino, me pregunto quién es, en realidad, el peregrino. Nadie tiene asegurado el “sedentarismo”. A cualquiera le puede tocar ser “nómada”. A pesar de vivir una auténtica desinformación sobre el conflicto bélico instaurado, las bombas son reales; y las amenazas; y el miedo; y el valor capaz de aflorar entre los escombros del espíritu humano.
Todos hemos emprendido el camino de regreso a Casa por el mero hecho de existir. Peregrinos y “nómadas” modernos. Al pensar en la gente que uno ha conocido se comprende algo importante: existe sólo una familia. Vale la pena que nos conozcamos bien. El aprecio mutuo construye la paz.
Manuel Á. Blanco