Diario de un peregrino: constructores

Querido diario: las fronteras siempre han desconcertado al peregrino. Las atraviesa, claro, viniendo de lejos. Pero la energía del Camino no las crea ni las destruye: las transforma. Leo algunos titulares ilustrativos: “Peregrinos extranjeros agradecen la hospitalidad recaudando fondos para los albergues”. “Hospederos y peregrinos unen fuerzas para mejorar la vida de niños de Senegal”. Sólo el Covid incordió unos vínculos de titanio.

Los que entienden a los católicos como creyentes en serpientes que hablan, palomas que embarazan o mujeres procedentes de la costilla de un hombre necesitan un punto más de cocción. La carne les sale cruda, todavía. Suben a una tribuna vertiendo pubertad traumatizada y elaboran cuentos lucrativos con muchos efectos especiales y dudoso guión. El Camino de Santiago es algo más: una arquitectura nueva para el mundo.

Contaba un compañero de peregrinación que, al llegar a la Ciudad del Apóstol hace poco, lo primero que hizo fue confesarse, como de costumbre. Porque su mochila venía ya ligera, pero el alma aún  albergaba un sinfín de cachivaches que le impedía avanzar bien. El confesor le hizo una reflexión que aún recuerda: “mira cómo ha quedado la Catedral: restaurada, luce como una piedra preciosa. A partir de este perdón, tu alma queda transformada en algo infinitamente más excelente. Dios estará contento ahí. Saca brillo siempre a ese precioso monumento.”

Manuel Á. Blanco