Diario de un peregrino: Ecumenismo

Cuenta Miguel Ángel Santalices, presidente del Parlamento de Galicia, que en una reunión de cuestiones sanitarias una persona se le acercó y le dijo: “¡Qué marcado acento tiene vd!” a lo cual respondió él: “Claro, porque yo tengo lengua propia. ¿Y vd. de dónde es?”. “Yo soy de Aranjuez”, a lo cual replicó el político gallego: “Bueno, pues lo siento…”  De la vergüenza se ha pasado a la conciencia de riqueza cultural. Que sea para unir.

Mezclando desconfianza (por pisotones de otros tiempos) y sentido común (por prudencia marca “de la casa”), los gallegos, dicen, tardamos en intimar y cuando lo hacemos, brotan lazos muy fuertes. La llegada de la Palabra de Dios debió de ser algo así: lenta; mirando de reojo a sus portadores (Santiago y compañía); pensando qué interés sacarían ellos al evangelizar; “rexoubando” (un “sí, sí”; “ya, ya”). Pero viendo buen ejemplo.

Cierta viñeta de aire “rupestre” registraba el primer descubrimiento: el fuego. Luego aparecía el garrote. Después, la gramática. Un trogrodita lo agradecía: “Ahora, teniendo verbos y artículos, “yo y Pedrolín” podremos comunicarnos más fácilmente”. Otro hombre de las cavernas corregía: “Dirás: “Pedrolín y yo”. A continuación, garrotazo sobre el lingüista… Una “gramática” común hacia la Unidad de los Cristianos es la Palabra de Dios.

Manuel Á. Blanco