Diario de un peregrino: el libro de la selva

Un relato de proporciones bíblicas: cuatro niños, como si elegidos de un pueblo se tratase. Una inmensa selva amazónica en paralelo al desierto del Éxodo. 40 días y 40 noches de travesía, recuerdan los 40 años del Israel errante. Un Moisés de 12 años: Lesly, la hermana mayor. Un maná de frutos y fariña. Un Egipto seductor en forma de líos familiares o dinero fácil por salir en los Medios. “Los niños perdidos de Colombia” ya es un “peliculón”.

Dos reflexiones. Primera: muchas veces Dios elige a los más olvidados para enviar su mensaje: “Los niños no están solos. Yo los amo. No existe selva frondosa capaz de ocultar a mis hijos preferidos. Los tengo de mi mano. Trabajad juntos para ayudarles. No está bien que dejéis morir a los inocentes en cualquier lugar del mundo con vuestra indiferencia…” Segunda, más terrenal: ya les gustaría a muchos “niños de papá” ser tan sabios y valientes.

Cuando la selva de asfalto y tecnología avanza, contaminante, cual gigantesca mancha de chapapote, sobre las mejores virtudes y valores de la humanidad, ésta necesita milagros como el de la “operación esperanza”. Además, la curiosa colaboración entre militares e indígenas, supone otro signo de luz para el mundo: El de usar los adelantos con sentido común y respeto por la naturaleza. El de derribar prejuicios y rescatar desamparados.

Manuel Á. Blanco