Diario de un peregrino: jubilación

Querido diario: he estado meditando… ¿cómo que “menos mal”? ¿Crees que no reflexiono lo suficiente? Los que sois “escritos”, juzgáis a los “orales” demasiado a la ligera…  En fin… Hoy he querido comparar el Jubileo que tiene nuestro Camino con el deseo de “jubilación” que veo en muchísima gente. Comprendo la tensión que genera una pandemia y las fatigas de la sociedad que hemos fabricado. Pero no el “ahí os quedáis”.

“Tan pronto pueda, me marcho y que les den”. Y después, ¿qué? Viajar, cultivar aficiones o criar nietos, son tareas legítimas y más que suficientes pero percibo que el gran objetivo actual es cobrar un sueldo de “papá Estado” y que a uno le molesten poco sus conciudadanos. Cuidado que viene la miseria, si no espabilamos: de euros y de valores. Las amas de casa han demostrado siempre que trabajar es mucho más que un sueldo.

Un jubilado salió de Correos y se acercó al coche que estaba en la puerta. El Policía Local rellenaba una multa por mal aparcamiento. “¡Vaya hombre, ¿por 5 minutos?” Ni caso. “No tiene vd. vergüenza”. Mirada fría del guardia y frías palabras: “no tiene en regla la ITV”. “Menudo capullo…” “Infracción por desacato”. Tras acalorada discusión, el tipo se despide: “Tengo que dejarle, que viene mi autobús; ánimo con este coche”.

Jubilarnos de padres, de abuelos, de la fábrica o de la fe católica, no hará que dejemos atrás los problemas; éstos no van a olvidarnos. Se convertirán en un boomerang que enrarecerá el aire de los demás en su vuelo y volverán para golpearnos si no sabemos agarrarlos. La veteranía de una jubilación puede aportar humor a la vida y compañía a los novatos.

Manuel Á. Blanco