Diario de un peregrino: la ONU

Echando una visual a muchas parroquias, se aprecia un incremento de gente foránea a varios niveles: por un lado, aumentan los inmigrantes atendidos por Cáritas, que se suman e, incluso, superan, a los necesitados “autóctonos”. De otra parte, aparecen nuevos fieles que ocupan el lugar de la gente “desinteresada” por las cosas de Dios o por acercarse a la Iglesia. Y, entre esas personas, surgen también nuevos colaboradores parroquiales.

Antes existían ciertos prejuicios contra los extranjeros que impedían verlos como buenos creyentes: flojera; informalidad;  interés en llevar dinero a sus países… Como si hubiese una “tarima europea” sobre la que subir para mirarles por encima del hombro, perdonándoles la vida. Cuando se les encontró atendiendo a los mayores, sonriendo a los jóvenes, comulgando con devoción o mostrando una buena formación, la opinión sobre ellos cambió.

Ningún gallego osa olvidar a sus familiares y amigos emigrados hace poco. Sabe que todavía estamos aprendiendo a convivir. A aportarnos. A compartir la fe. Una familia venezolana comentaba lo mal que lo pasó por la parroquia durante sus cuatro primeros meses: incertidumbre económica; Eucaristía de “encefalograma plano”; no “sentir” el calor humano de la comunidad… Hoy la Iglesia es como la ONU. Eso, algo bueno ha de tener.

Manuel Á. Blanco