El comienzo del año sirve para un renacimiento personal. Como el que descubrió Leonardo Di Caprio al interpretar a Hugh Glass, pirata, rehén de los indios “pawnee” y comerciante de pieles en el noroeste americano a inicios del s. XIX. Atacado por nativos, soldados y una osa, Glass sobrevive de milagro, como renaciendo, impulsado por una mezcla de venganza y amor familiar. Cada Navidad, el Hijo de Dios nace y, quien le acoge, con él renace.
Di Caprio ganó el Óscar identificado con su personaje. A ver los cristianos con el suyo… En tierras más cercanas y corrientes, esta Navidad ha habido entrega de aguinaldos a los trabajadores por parte de bastantes patronos. Un gesto sencillo pero honorable, para agradecer que un trabajo se haya desarrollado más allá de la obligación y de la eficacia, con probable lealtad e, incluso, estima. No es obligatorio pero mide un corazón.
Un periodista llevó un Roscón de Reyes a una empleada; desde una ventana le espiaba una “Vieja del Visillo” profesional. “Vale máis toxo verde prantado na horta que mala veciña axexando da porta”, pensó él resignado a posteriores habladurías. Cuando fue a saludarla ella se emocionó y sacó una carpeta con recortes de periódico: “¡Yo le leo siempre; quedo contentísima con su visita!”. Dejarnos sorprender sin prejuicios: paso previo a renacer.
Manuel Á. Blanco