? Diario de un peregrino: sala de espera

Querido diario: antes o después, todo peregrino pasa por el médico. Las salas de espera se convierten, así, en radiografías de la sociedad. En ellas aparecen personas que programan su cita con precisión de laboratorio, corroídas por la prisa; pacientes “profesionales” que se conocen, que aplican el “comentario de textos” a la actualidad y se saludan: “Xa había tempo que non viñas; pensei que enfermaras…” Uniformes de colegios “bien”. Gente realmente aquejada que se debate entre la triste resignación y la esperanza.

En medio de ese panorama caben los rayos de luz. Pequeños milagros ocultos a la vista pero reveladores al corazón. Un tipo mayor, con deportivas, aguarda en silencio. Porta un bastón y mantiene la mirada baja. La gente habla a su alrededor. La doctora abre varias veces la puerta de la consulta y pasa lista. Él la mira. Alguien no ha acudido a su cita y casi todos tienen algo que decir… Una señora se levanta junto al hombre. Le toma de la mano.

Cuando todo parecía monótono, pesado o aburrido, criticable y previsible, la señora comienza a frotar la mano del paciente; le acaricia; le da un par de besos. Uno intuye que la mente del “señoriño” se ha perdido hace tiempo en alguna galaxia lejana. Pero el cariño de quien parece su esposa lo rodea. Él no entiende mucho, pero sabe quién le quiere; no es un afecto de “ahora mismo”. La gente deja de hablar y se fija en la escena. Silencio. Sonrisas tras la mascarilla. Emoción. Envidia sana…

A veces basta un gesto de tierna humanidad para recordarnos quiénes somos, el verdadero ser que hemos recibido. La metáfora cristiana.

Manuel Á. Blanco